Del Director

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FERNANDO MERAZ MEJORADO

(Con todo cariño y respeto para ti amigo)

Ellos, los Meraz Mejorado nacieron con una cualidad innata insoslayable para hacer reporterismo. “Ellos”, sí, ellos lo aseguro, porque los conocí golpeando en las viejas teclas de LA VOZ DE DURANGO, en la antigua redacción que escribió nombres de reporteros con letras de oro. Fernando, Gregorio, Ángel, Lupita y doña Teresa, mamá de ellos. Todos con una exquisitez redactiva que hoy solo es un viejo recuerdo. Jesús Ángel llegó a ser subdirector de La Voz de Durango y en ese tiempo de tiempos lumínicos para el periodismo nacional, Jesús Ángel era el mejor reportero de Durango.

Fernando Meraz, excelso, inteligente, de textos interesantes que suponían varias ideas, descubriendo héroes anónimos en las calles oscuras y frías, en la guerra fratricida, en la soledad y el peligro, en el frío paraje del desierto de Irán, hasta las torres de los magníficos edificios de Nueva York. ¿Qué tenía Fernando Meraz cuyos textos nadie más podía escribir, una cualidad innata para redactar, para explicar, para darle sentidos variados a sus frases, que todos envidiaban, que despertaban celo y admiración en las redacciones tipográficas de Excélsior y de los diarios capitalinos y un enorme respeto del gobierno y colegas?, ”Meraz”, odiado y reconocido por sus frases y secuencias, sintaxis, ideas que fluían fácil, periodismo que se hacía rico por lo oportuno, anticipándose a lo inminente. Fernando Meraz, que llegaba a salas de prensa imponiendo un claro respeto a su investidura reporteril, siempre respetada, siempre honorable y puntual.

¿Qué tenía Meraz para ser un reportero reconocido y envidiado…? “La gente, Juanito, acércate a la gente, pégate a la gente, busca historias anónimas, héroes anónimos, búscate el contacto directo, el roce, la gente, Juanito, la gente”, seco y frío o ¿ausente?, serio, por momentos distraído, con los dedos de las manos entrecruzados -decía gravemente- en el oscuro Sanborns de avenida Montevideo en Lindavista.

Meraz es bajito, pero de enorme talento. Siempre reporteó solo, nunca en grupo. No participaba cuando andaba en la talacha con otros reporteros, él era él. Eso sí, trataban de seguirlo, espiarlo, copiarlo, imitarlo, hasta en las poses, con su traje de lana oscuro de solapas anchas y su corbata… Igual. Los jefes de redacción renegaban con sus reporteros. “Fíjense en Meraz, vean lo que hace Meraz, ya la trae Excélsior, ¿dónde está tu nota?”, yo creo que Fernando se reía de todos. Si a unos los sentaban con reporteros, a él con secretarios de estado. En el “Quetzalcóatl”, el Boeing 727 presidencial, Meraz tenía su máquina y su pupitre para adelantar sus notas, los demás, debían esperar hasta llegar a la sala de prensa. Pero nadie renegaba, ni los reporteros ni sus directores. Estaba claro que había diferencias y… niveles. Y usted lector, ¿se acuerda de “defenderé el peso como perro” ?, Meraz la difundió primero.

No tuve tantas ocasiones de presenciar a Meraz en el campo, pero sí pude leerlo oportunamente para admirarme y disfrutar las notas que aparecían en la primera, y luego en la primera de primeras de ediciones subsecuentes, en el vespertino “Últimas Noticias de Excélsior” y en “jueves” de Excélsior, aquellos días cuando los periódicos se vendían a gritos en las calles de la Ciudad de México, cuando los “papeleros” disputaban esquina por esquina, calle por calle, los diarios se voceaban y se consumían como pan caliente, un México en evolución si no más enterado que hoy sí más leído y culto, cuando Manuel Buendía denunciaba los oscuros manejos en el gobierno de López Portillo y Julio Scherer combatía a los gobiernos ladrones y asesinos de Echeverría, López y de la Madrid. Unos años comprendidos entre el 1974 y el 1980. Pero cuando Meraz entraba a las salas de prensa a “vaciar” sus notas, todos los reporteros ahí presentes aguzaban los sentidos para imitar al reportero de Excélsior. “Es que es un reporterazo”, me dijo una vez Carlos Aparicio, reportero de Radio Red, “Tu paisano es mucha verg…”, opinaba Fernando Howard Mills de Radio Mil. Los jefes de información les preguntaban a sus reporteros: ¿está ahí Meraz…?”, “No te despegues”.

En la Ciudad de México había un grupo llamado “Los durangueños”, allá encabezados por Daniel Ramos Nava, jefe de redacción de “Novedades” y luego hablando de los noveles reporteros en diarios de la Ciudad de México, Alfredo Gracia Favela en “El Heraldo”; Gregorio, hermano de Fernando, en “Televisa”; José Luis López Atienzo, en “Canal Trece”; Miguel Ángel Vargas, en “Notimex”; Rosa María Nava Stenner, en “Excélsior”. Saliendo de la Carlos Septién se juntaban en Tlaltelolco a convivir en el exilio, los durangueños radicados allá, donde todo era bien difícil. Fernando se fue a vivir con su familia a la colonia Lindavista y en el Sanborns de avenida Montevideo me encontré con él en una ocasión luego del golpazo a Excélsior de 1976. Fernando estaba en la cumbre, en la plenitud de sus facultades creadoras, poderoso, periodísticamente temible. Era capaz de derrumbar funcionarios y hasta secretarios de estado como caminitos de naipes. ¿Por qué eran tan diferentes las notas entre uno y otro reportero si escribían con los mismos datos?, ¿por qué era más influyente y convincente Meraz a cualquier otro reportero si tenían las mismas notas? Parecía que si cambiaba de periódico se hacía más poderoso con su redacción depurada y exquisita. Cabe decir, se acabó el Excélsior con la salida de Julio Scherer y Meraz se fue con Manuel Becerra Acosta a fundar Unomásuno en 1977. “Se acabó Meraz”, se auguró con la llegada al moderno tabloide de ese entonces y… pues no, las notas de Meraz levantaron Unomásuno y levantaron a Becerra. Otra vez, exclusivas, notas diferentes, textos que desde temprano eran lectura obligada. Meraz, reconocido en Excélsior y luego en unomásuno, cuyo cabezal correcto venía escrito en minúsculas. “Oye, pero es un error que vaya en minúsculas”, ¿sabes qué?, idea de Meraz, me comentó una vez la hija de Becerra, y sí, éxito que tuvo el raro tabloide alargado. En presidencia de la república donde influyó mucho Carlos Zapico se cuestionaban mucho si darle publicidad o no al diferente unomásuno. “Está Meraz ahí, páguenle la publicidad”. Hasta que don Manuel falleció y unomásuno se vino abajo para luego convertirse en “La Jornada” con Carmen Lira al frente, del mismo grupo que provenía del golpazo de 1976.

En la Ciudad de México, sí, ya había un Roberto Blanco Moheno, un Joaquín, un Jacobo, sí, una pléyade de periodistas connotados, sí, un montonal de analistas en Excélsior como Buendía, como Gastón García Cantú, León García Soler, pero en la calle, en la nota del día, en la noticia oportuna, en la “talacha”, Meraz era Meraz.