Palabra Dominical

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IV Dom Ordinario

Dichosos serán ustedes.

Mt 5, 1-12

Este domingo iniciamos el llamado ‘sermón de la montaña’ y lo iremos meditando en los próximos domingos hasta antes de iniciar la Cuaresma.

En el pasaje que hemos escuchado vemos que Jesús no empieza su predicación con un discurso al estilo político, queriendo ganar votos a todo precio, engañando y haciendo promesas que no cumplirá. Desea dejar claro quiénes sintonizarán con su proyecto y quiénes no. Y eso lo expone, al principio de todo, en las bienaventuranzas.

Jesús proclama dichosa a gente que sufre, llora, es perseguida…. El premio prometido en la primera y última es «el Reino de los cielos». En realidad, todas las otras se refieren también a ese Reino de Dios, sólo que fijándose en determinados aspectos concretos. Este premio no podemos interpretarlo solo como algo de la otra vida. Comienza a realizarse en esta. Dicho en palabras sencillas, todas esas personas son dichosas porque pueden formar parte de la comunidad cristiana (Reino inicial de los cielos) y, más tarde, del Reino definitivo de Dios.

La mención de los pobres, los que lloran, los sufridos… puede crear una sensación de malestar, como si tuviéramos que pasar por todas esas situaciones para formar parte del reinado de Dios. Sin embargo, las bienaventuranzas son algo muy distinto.

Haciéndonos unas preguntas delante de cada bienaventuranza podemos ver si nosotros sintonizamos o no con el mensaje de Jesús.

 Dichosos los pobres de espíritu…

¿Te consideras pobre ante Dios, como el publicano que dice: «Apiádate de mí, Señor, que soy un pobre pecador?» ¿O piensas que tienes muchos méritos, que eres más importante que los demás? ¿Ambicionas la riqueza?

Dichosos los que lloran… Dichosos los que sufren…

¿Te hacen sufrir las injusticias que provocan la economía de mercado, miles de migrantes, desigualdad, o te dejan indiferente? ¿Sufres con el dolor ajeno? ¿Experimentas en tu vida el dolor físico, problemas psíquicos, económicos, laborales?

Dichosos los que trabajan por la paz…

¿Estás convencido de que la mejor respuesta a la violencia es la no-violencia? ¿En una sociedad donde abunda tanto odio, respondes, como Jesús, «Padre, perdónalos, ¿porque no saben lo que hacen»? ¿Trabajas por la paz, por un mundo más justo, porque domine el buen entendimiento en la familia, en tu ambiente? O ¿haces la guerra?

Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia…

¿Buscas hacer lo justo, lo éticamente correcto? como Jesús, que consideraba su alimento «hacer la voluntad de su Padre».

Dichosos los misericordiosos…

¿Te compadeces de los enfermos, del que te debe algo, de los pecadores, igual que se compadeció Jesús? ¿O consideras pecadores a los que no piensan y sienten como tú, y les deseas todo el mal del mundo?

Dichosos los limpios de corazón…

¿Eres limpio de corazón en tu relación con los demás, no engañando, defraudando, calumniando ni criticando?

Dichosos los perseguidos…

¿Te han perseguido o criticado por intentar cumplir lo que Dios quiere? Cuando critican, insultan, calumnian al papa Francisco y a la Iglesia, ¿le das gracias a Dios, estás alegre y contento por la gran recompensa que recibiremos en el cielo? ¿O empiezas a hacer la guerra y hacer polémica?

Cómo podrán ver las bienaventuranzas nos dicen qué personas pueden entender y aceptar el mensaje de Jesús, incorporándose a la comunidad cristiana. Por eso las bienaventuranzas no son, ante todo, un código de conducta moral que dice: «así tienes que actuar si quieres ser cristiano». Es más bien una exposición de situaciones y de actitudes ante la vida que permi­ten entender el Evangelio y entusiasmarse con las palabras de Jesús. Pero, al tratarse de los valores que estima Jesús, no cabe duda de que las bienaventuranzas se convierten también en un modelo de vida que debemos esforzarnos por imitar. Después de lo que dice Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante actitudes como la de prestar ayuda, no violencia, trabajo por la paz, lucha por la justicia, etc. El cristiano debe fomentar esa conducta. Y el resto del Sermón de la montaña nos irá guiando como hacerlo en distintas circunstancias.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Arzobispo de Durango