Praxis política

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Por Chelita Rosales

El presidente Andrés Manuel López Obrador, repite una y otra vez que nadie sobre la ley, que su lucha es contra la corrupción, que los escalones se barren de arriba hacia abajo, pero a la diputada Sandra Lilia Amaya Rosales de filiación morenista, se le olvidaron las premisas fundamentales del su máximo guía político y sin más –según Antonio Bracho Marrufo- recurrió al tráfico de influencias, tratando de evitar la detención de uno de sus  colaboradores, y pues no diputada,  con mucho respeto no se puede cantar y tragar pinole; o defiende con lealtad y honestidad al partido que la llevó al cargo que ahora ostenta, o se une a la mafia del poder con todas las triquiñuelas que eso implica.

Ahora que como dice el también morenista Carlos Medina Alemán, el tráfico de influencia existe, siempre ha existido y seguirá existiendo; el juez por su casa empieza, pero al parecer la legisladora no predica con el ejemplo.

Lo cierto es, que los morenistas al amparo de lo que ellos llaman democracia y pluralidad, se exhiben a diario, y el espectáculo que dan es cada vez más denigrante, mientras que a su dirigente  Armando Navarro se lo llevan hasta la Fiscalía para aclarar la propiedad de dos vehículos, a Rosendo Salgado le niegan la entrega de prerrogativas, porque no está reconocido como titular de la dirigencia estatal.

Y qué decir de Marina Vitela, señalada por la larga lista de parientes y amistades que al parecer cobran en la nómina municipal de Gómez Palacio; si eso es cierto, estaríamos hablando de nepotismo;  y eso  señora alcaldesa, también es corrupción.

Y si volteamos atrás, el año pasado, los desacuerdos en la elección de candidatos durante el proceso electoral, casi los deja fuera de la contienda por la cantidad de recursos que interpusieron unos contra otros, el resultado fue la reducción de tiempo para campañas y menos votos de los que esperaban.

Y mientras otros partidos afinan sus estructuras y preparan sus mejores cuadros para llegar con más posibilidades al 2021, los morenistas siguen peleándose por un poder que se desvanece en la  inmadurez política.

Definitivamente, los duranguenses merecemos más, mucho más que esa clase de políticos.