Son ya 63 años

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Del Diector

Son ya 63 años

Y de aquel inicio, quedan cosas… Como un bagaje que se asemeja a una sombra, como escribió aquel gran pensador uruguayo Constancio C. Vigil, “que se alarga al caer la tarde y nos sigue hasta el final”. De las sombras que cubren por la tarde el ruinoso edificio de Juárez 110 sur, han quedado un montón de tiliches que se han acumulado desde que abrió el local sus puertas en 1963, producto de la compra que don Salvador Nava hizo a la benefactora inglesa Prudence Ball que vivió por esos años aquí. Vejestorios como máquinas de escribir, una que otra línea de plomo de los viejos linotipos y una rama tipográfica que usó don Enrique de la Rosa, tipógrafo selecto que luego fundaría la muy añorada banda de música del gobierno del estado que tocó sinfonías, verdaderas delicias para todas las familias que gastamos los domingos en la Plaza de Armas, centro de la vida en la Perla del Guadiana. Fanfarrias y pasos dobles, y la quebradera de los huevos de Pascua y los caballos percherones de la Carta Blanca. Muchachas y muchachos se hicieron novios y los matrimonios provincianos de aquella época eran costumbristas, moldeados a la usanza de la Iglesia católica bajo la severa vigilancia de los sacerdotes de antaño. Durango era reflejo de su sociedad y muchos avispados duranguenses hicieron negocitos provincianos como misceláneas, boticas, zapaterías, roperías, mercerías, dulcerías, negocitos familiares, chiquitos, con los vicios esperanzadores de la frágil o escuálida economía duranguense. Así nació LA VOZ DE DURANGO, con Chava Vázquez como corrector y jefe de redacción, don Ángel Martínez Mena, María de los Ángeles Moreno  “Cardiduca”, Alejandro Martínez Camberos el “Pipolillo”, Chuy Olvera, jefe de máquinas… A veces creo que a mi papá le hubiera ido mejor vendiendo gorditas, porque LA VOZ nació donde hoy es “Gorditas Gabino”. Nació el periódico como todos los negocitos de duranguenses que en ciudad chiquita fundaron negocios chiquitos. Esa era la visión, pero aquellos duranguenses pese a sus negocios mínimos eran grandes comerciantes, grandes amigos, con vocación de servicio, con compromiso. Surgieron clubes como el Blanco y Negro, el Sertoma, Los Leones, y otros y las páginas de LA VOZ DE DURANGO se llenaban de anuncios de conocidos, viejos y añorados amigos de mi papá, como don Héctor Vela Mainfelt y don Javier Nájera Colón. Las páginas de LA VOZ vibraban con los textos de Martínez Camberos y Olga Arias y luego de “la Monja se esconde” que escribió Ferrusquilla para los dos periódicos de la época, se abría una época brillante de jóvenes duranguenses que al paso de los años serían los intelectuales, los profesionistas, los comerciantes y…  empresarios no había más que el “Chibeto” Rosas.

LA VOZ tiene mucho qué contar. Pero, como los viejillos sesentones, a veces se le olvidan tantas vidas que pasaron por aquí, tantas luchas, tantas notas y noticias que cobran vida en algún lugar o al abrir las amarillentas hojas de los archivos de sociales, de cultura o de deportes. Los periódicos no pueden desaparecer, en una sociedad como la nuestra como un devenir pobre, raquítico y pequeño, debe alguien contarle su historia. La palabra escrita y los periódicos impresos deben seguir viviendo, porque en su historia se refleja la vida total de una sociedad que emergió de lo chiquito y se hizo enorme, que de niño se hizo viejo, que parece olvidar sus costumbres y raíces, que se olvida que es provincia, que es familia y que es durangueña.

A muchos nuevos duranguenses no les importa su procedencia o historia, han migrado y han hecho sus vidas en otro lado, a otros nacidos aquí su raíz no les importa. Leer les parece inútil y tedioso, síntoma de la abulia, la pereza y el desinterés. Conocen Soriana y Walmart, negocios foráneos que imponen un extranjerismo comercial, pero nada saben de “Las Fábricas de Francia” o “La Francia Marítima”, o “Dulces Schöeder”, o “La Barata”, etc. No saben lo que costó construir la durangueñeidad, que hablan para ofender, que viven para vegetar, que no incluyen y que no viven, nomás ocupan un lugar, robando el aire a los demás. Es triste… El gobierno se llenó de esos, cuando no son astutos ladrones son inútiles que no saben tomar decisiones. Pero es el Durango que trascendió… Pueril, obtuso, sin identidad.

Y lo lamento. Me quedo corto y me excedo con una visión que muchos no compartirán, porque del Durango que vio nacer a LA VOZ DE DURANGO, quedó poco. Por cierto, en el Centro Histórico de la ciudad, pocos duranguenses quedan, unos de esos, somos nosotros.