Abrir los ojos a alumnos en comunidades para aprovechar oportunidades

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  • Juan Manuel Bayona Martín del Campo, maestro rural por más de dos décadas en El Socavón, población de San Dimas, además de benefactor, consejero, defensor de su comunidad, gestor, todo sin pedir nada a cambio.

Josélo Fuentes Delgado / La Voz de Durango

A los 17 años llegó a El Socavón, antes General “Rafael Buelna”, población minera de San Dimas, tres días de camino, con un morral lleno de libros colgado al hombro, algo de ropa, un cajetilla de cigarros y 12 pesos en los bolsillos, pero el corazón y el alma repletas de ilusiones al ser el maestro y enseñar las primeras letras y números a niños y niñas de la comunidad.

“Cualquier egresado actual de la ByCENED que se hubiera enfrentado a tal situación ya se hubiera regresado, pero en las comunidades son los lugares donde está la materia prima virgen, los niños que hay que orientar, enseñar, abrir sus ojos y almas al conocimiento para que sepan aprovechar sus oportunidades”, dice con energía Juan Manuel Bayona Martín del Campo, a sus 83 años de vida, 33 de ellos ejerciendo modestamente la vocación del magisterio.

Relata con emoción, como si fuera aquel día don Juan Manuel, originario de la Villa de Nombre de Dios, que al recibir su nombramiento en la oficina de Profesiones, preguntó dónde quedaba y le dijeron que debía viajar en avión hasta Mazatlán, de ahí a Tayoltita, después en mula hasta El Socavón, pero ante la falta de dinero tuvo que hacer la travesía por tierra y finalmente descubrió el lugar y la gente que cambiarían su vida para siempre.

Aquella población naciente a principios de la década de los 50’s recibió al novel maestro que debió quedarse en el almacén de la escuela a falta de hoteles y comer de lo que los habitantes le invitaban. Allá conoció a su esposa, Ramona Sofía Calderón Ríos, con quien lleva 53 años de feliz matrimonio y con quien procreó cinco hijos: Juan Manuel, Gustavo, Ana María, Norma y María de Lourdes, todos exitosos profesionistas y padres de familia.

Su primer oficio fue taquígrafo y mecanógrafo, tuvo mucho contacto con la contaduría y de ahí algo asimiló a sus vivencias. Hombre modesto, mirada inquisitiva, tez blanca y estatura media, es enérgico al hablar, disciplinado y meticuloso en el gasto, dueño de miles de historias y agradecimientos por ayudar, orientar a sus alumnos y pobladores. Con más autoridad que el mismo presidente municipal, en aquellos tiempos cuando los maestros y gozaban de más respecto y credibilidad.

Gestor  incansable de El Socavón, de reputación honesta y de una sola pieza, trascendió allende poblaciones y comunidades aledañas, al grado tal que empresarios de Minas de San Luis le tenían respeto, no había petición que al “maestro” Juan Manuel no le pudieran resolver, aun y cuando fuera a regañas dientes, porque sabían que no sería un gasto sino una inversión para la gente de su comunidad.

Cada Día del Maestro el teléfono de su casa no deja de sonar, llamadas y visitas, de agradecimiento, para preguntar por su salud, para recordar con afecto los momentos y enseñanzas a muchas generaciones que vio pasar y ahora son mujeres y hombres logrados, empresarios, deportistas, ingenieros, abogados, trabajadoras de instituciones de renombre, que cuentan a la vez a sus hijos al hombre que fue como un padre y cambió su existencia.

Su generosidad y amor incondicional por sus alumnos llegó a tal grado de apoyar a un estudiante de la comunidad, Miguel Ramírez Rivera, hoy exitoso contador público, seleccionado nacional de basquetbol y padre de un médico titulado. “Huérfano de padre y madre, criado solo por su abuelita, me mandó una carta diciendo que quería estudiar y me lo traje a Durango. Lo apoyé toda su educación básica y la carrera. Fue un hijo más y un hermano para mis hijos”, cuenta sin querer decirlo, porque es un pasaje muy personal dentro de su corazón.

Sus últimos 12 años de trabajo los desarrolló en la escuela “Lázaro Cárdenas” en la colonia Morga, hoy goza de su merecida jubilación.