Por Brian Smythe
Al entrar por la puerta principal, somos recibidos por una luz tenue la cual permite visualizar las butacas del Teatro, el telón abierto en su totalidad y justo sobre el escenario, logramos apreciar al fondo en los costados un par de lámparas de piso. En el centro un carruaje y toda una atmósfera envuelta por neblina.
“La tristeza” cuenta la historia de un hombre que ejerce la labor de cochero, quien ha perdido a su hijo tras una desconocida enfermedad. Esta pena le carcome lentamente. Hasta que, después de una semana, la tristeza se vuelve insoportable y el cochero tiene la necesidad de compartir su dolor. Sin embargo, no hay oídos que estén dispuestos a liberarle de su profunda tristeza, el único ser dispuesto a escucharle siempre estuvo frente a él, su único y quizá verdadero amigo, compañero, su fiel caballo, Nicola.
Este es un cuento corto de Antón Chéjov, el cual, si lees de manera fluida, seguramente en 15 minutos podrás terminarlo, por lo que su adaptación al teatro parecería en principio arriesgada. Sin embargo, el equipo que conforma esta puesta en escena logra poner sobre el escenario una bella postal visual, una que se olvida del tiempo y te permite contemplarla hasta el punto de conmoverte. Todo lo que se construye en escena logra “sustituir” la narración que contiene el cuento original. Tres actores y una actriz resuelven creativamente la construcción de personajes y los distintos lugares por los que atraviesa el protagonista de esta historia.
El universo que crea el director José Ángel Soto en esta puesta en escena es, personalmente, uno de los trabajos más redondos y honestos que tiene en su trayectoria. Cada elemento juega una labor importante, siendo el desempeño actoral una parte fundamental. El caballo interpretado por Alejandro Muñoz, es el personaje más interesante dentro de la obra, pues nos muestra una mezcla entre la animalidad y la humanidad juntas, su conjunción le deja al espectador un amplio imaginario sobre las posibles maneras en que los animales nos pueden entender, sin caer en la caricatura ni lo ilustrativo. Este personaje transmite mucho sin decir o querer hacer algo, más que ser. Yona es el personaje principal, interpretado por Víctor Hugo Galván, quien empatiza con la vida del cochero y su dolor, logrando transmitir una profunda y sincera tristeza. Ana Herrera y Andrey Galván, además de adentrarse en la historia con los otros personajes, su compromiso en este montaje es notable, pues son ellos quienes construyen la atmósfera sonora que termina por enriquecer la experiencia, una trompeta y un acordeón, logran sumergir al espectador en la nostalgia, siendo el final el más significativo, pues vemos a todo el elenco reunido, formando una postal que llega a lo más profundo corazón, mientras la música y la iluminación se van lentamente hasta el oscuro total .
“Verá señor… he perdido a mi hijo. Murió… la semana pasada”.
Esta frase en sí misma es desgarradora, pues no necesitamos más información para entender por lo que atraviesa el personaje.
Al terminar la función, pensé en lo mucho que disfruto de ser espectador, vinieron a mi mente todas las ocasiones en las que he asistido al Teatro, fui consciente que en su mayoría voy solo, eso me hizo recordar en las funciones en las que me hubiera gustado estar acompañado y compartir mi sentir con alguien.
Inmediatamente, sentí tristeza, luego me sentí solo. Pensé en Yona y entendí las distintas tristezas por las que podemos atravesar, sin embargo, en todas sentimos la necesidad de querer estar acompañados, para compartir, aunque sea un pedacito de nuestra pena y así aligerar el alma.
Ahora pienso, reflexiono y les comparto.
¿Y tú, a quien confiarías tu dolor, tu tristeza, tu pena?
