Observamos su pincelada espontánea y libre, llena de excentricidad que da un aire legítimo y avanzado: es como admirar un jazz visual.
Muestra con espontaneidad el oficio plástico expectante, cargado de energía, dualidad, misticismo, magia y realidad.
Por Jesús Arnoldo Martínez Maldonado, Artista Plástico y Promotor Cultural del ICED
La obra plástica de Fernando Mijares Calderón, Mijaritos, es un extenso prontuario visual, un laboratorio abierto y libre donde se experimenta con el espacio. Emociones expresadas con pinceladas, borrones, rayones, garabatos y planteamientos compositivos que, a su vez, tienen la facultad de un artista libertario que dispone de los recursos materiales a la mano; o como decía Fernando: El pintor jodido hace su obra con lo que puede, con lo que tiene a la mano.
Una mirada hacia el ámbito de la incertidumbre, muestra con espontaneidad el oficio plástico expectante, cargado de energía, dualidad, misticismo, magia y realidad.
El artista ha sido dotado de poderes sobrenaturales del supremo adivino; el divino prestidigitador concebido por el maestro del cubismo, el surrealismo, el impresionismo; el hombre con posibilidades de transformar la realidad en arte.
Sin embargo, no es un arte apático de la política, sino capaz de ser perfecta dialéctica entre el espectador y la obra plástica, la que comunica su percepción actual atemporal que pone en tela de juicio los modelos de pensamiento que gravitan desde hace tiempo en el devenir de la cultura mexicana.
En la obra de Fernando Mijares, convergen diversos temas y técnicas, que van desde el estudio del natural, la estilización de la figura humana, la evocación de personajes de la cultura nacional e internacional como el Dante, de tiempos antiguos o el Quijote de la Mancha; el autorretrato de Van Gogh, muy a la manera de Mijaritos; la representación de Emiliano Zapata, héroe agrarista o Francisco Villa, el Centauro del Norte, al estilo del maestro, solo por mencionar algunos.
Su perspectiva aérea muestra cielos encendidos, lugares comunes que se vuelven mágicos, gracias a los trazos de Fernando, en un ejercicio del estudio del natural, la experimentación del maduro, la técnica mixta, la aguada, la acuarela, el plastigrabado, que muestran el México que le toco vivir, y que, sin embargo, sigue vigente y podemos observar su lenguaje plástico, lleno de fuerza y expresiones graficas a partir de cánones nacidos de la Academia de la Escuela de Pintura, Escultura y Artesanías de la UJED que nos muestran toda una historia del arte en Durango.
Observamos su pincelada espontánea y libre llena de excentricidad que da un aire legítimo y avanzado: es como admirar un jazz visual.
Su iconografía tiene una composición basada en la proporción a simple vista, es decir, no se apega a una rigidez del número áureo, sin embargo, logra llenar con armonía cada espacio en el que se hace presente la superposición de planos; diversas perspectivas, cánones, estudios del natural, estudios del cuerpo humano, esfumados: todo basado y desarrollado en su propio lenguaje estético.
Atrevidos escorzos aéreos, planos visuales que casi llegan al límite de lo imaginario. La proporción del color, a su vez, es un abanico que va desde los colores cálidos, del rojo al amarillo, a los fríos, que van desde el azul al verde, además de los morados.
Apreciamos el cromatismo perfecto y el claroscuro que va desde los colores primarios (rojo, amarillo, azul), hasta los colores secundarios (naranja, verde, morado), explorando cada semitono que nos da una sensación de ritmo visual, considerando así que su paleta es en sí misma, el soporte donde se expresan sus ideas, su sentido armónico y estético, su laboratorio creativo.
Cada escena plasmada nos da un sentimiento de auténtica vivencia estética, es decir, el autor experimenta la realidad y al mismo tiempo, en segundo plano simultáneo, la obra que se plasmará primero en su mente y luego en el soporte. Es por eso que su obra es onírica y su dialéctica no corresponde al lenguaje llano, sino a un lenguaje poético.

