¿Heridas de infancia? (parte2)

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MTF. Alfredo Arévalo

El pasado articulo hablábamos sobre que las heridas emocionales de la infancia son una especie de lesión afectiva que nos impide llevar una existencia plena; que es un problema frecuente, casi todos tenemos una o varias de ellas, lo que puede variar es la profundidad del daño que ha causado; además de que pueden originarse de una experiencia real o a causa de una mala interpretación cuando éramos niños. Continuamos con las siguientes 4 heridas.

  1. El miedo al rechazo

Esta se convierte en una de las que causan mayor impacto en la vida adulta, porque implica el rechazo hacia nuestros pensamientos, sentimientos y vivencias, que si lo englobamos, sería el rechazo a nuestra propia persona. Tiene su origen en experiencias de no aceptación por parte de los padres, familiares cercanos (abuelos, hermanos…) o amigos a medida que el niño va creciendo.

Es de imaginarse que cuando un niño recibe señales de rechazo en su interior se va formando una imagen de autodesprecio, piensa que no es digno de amar ni ser amado, y este sentimiento se va interiorizando interpretando todo lo que le sucede a través del filtro de su herida. Así, llega un momento en que la más mínima crítica le originará sufrimiento y para compensarlo necesita el reconocimiento y la aprobación de lo demás.

La herida del rechazo se sana cambiando ese autodesprecio, comenzando a valorarse y reconocerse, Ignorando los mensajes que el crítico interno le envía. Ahora que para curar su cicatriz es saludable trabajar las inseguridades, ganar mayor confianza en nosotros mismos y comenzar, poco a poco, a sentirnos más capaces; para ello es necesario conocerse, respetarse y quererse a uno mismo.

Para prevenir esta herida en nuestros hijos es importante que los tratemos siempre con respeto, para infundirles seguridad en sí mismos y autonomía en la toma de decisiones. También es necesario enseñarles a recibir las críticas de la mejor manera y que no les den importancia, respaldándose en su amor propio.

  1. La herida de la humillación

Esta herida se abre cuando el niño siente que sus padres lo desaprueban y critican, esto afecta directamente a su autoestima. Sobre todo cuando lo ridiculizan por alguna acción o comentario; estos niños construyen una personalidad dependiente y están dispuestos a hacer cualquier cosa por sentirse útiles y valorados, lo cual contribuye a alimentar más su herida, ya que su propio auto-reconocimiento depende de la imagen que tienen los demás.

Quien ha sufrido la humillación de pequeño tiene dificultades para expresarse como adulto, y es especialista en ridiculizarse a sí mismo. Debido a esta situación tiende a considerarse mucho más pequeño, menos importante y menos digno, valioso o capaz de lo que en realidad es. Son personas que tienden a olvidarse de sus propias necesidades y buscan complacer a los demás para ganarse su cariño, aprobación y respeto.

Esta herida se sana resignificando lo que ha pasado en su vida y soltando la pesada carga que lleva en la espalda. Para conseguirlo es necesario el perdón hacia las personas que lo dañaron, haciendo las paces con el pasado y comenzar a valorarse como la persona que realmente es, aquella de la que solo él es responsable como adulto.

En cuanto a los hijos ayuda tener una crianza respetuosa, trato empático y afectuoso, saber establecer límites para evita que nuestros hijos sufran las consecuencias de la humillación durante su infancia y en la edad adulta.

  1. La herida de la traición

También conocida como el miedo a confiar, surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus padres, en su mayoría porque no ha cumplido una promesa; esta situación, sobre todo si es repetitiva, generará sentimientos de aislamiento y desconfianza. En ocasiones, dichas emociones pueden transformarse en rencor o envidia.

Esta herida emocional construye una personalidad fuerte, posesiva, desconfiada y controladora. Se puede identificar en personas que necesitan control para evitar ser estafados, son personas que dan mucha importancia a la fidelidad y a la lealtad, pero distorsionan ambos conceptos.

Para sanar hay que trabajar la paciencia, tolerancia, confianza y la delegación de responsabilidades en los demás. Para evitársela a nuestros hijos, debemos no prometer en vano, mostrarnos coherentes en palabras y actos; en general cumplir siempre con las promesas que les hacemos.

  1. La herida de la injusticia

Esta se origina cuando los padres son fríos y rígidos, imponiendo una educación autoritaria y sin respeto hacia los niños; con una exigencia constante generando en ellos sentimientos de ineficacia, inutilidad… y sobre todo esta sensación de injusticia.

Generalmente quien la padece se vuelven adultos rígidos, que no son capaces de negociar ni de mantener diálogos con opiniones diversas; les cuesta aceptar otros puntos de vista y formas de ser diferentes a las suyas. Dan mucha importancia a las creencias y a los valores, expresando sus opiniones o juicios morales como verdades absolutas. Sus intenciones suelen girar en torno a ganar poder e importancia, siendo fanáticos del orden y el perfeccionismo.

La forma de curar esta herida es trabajar la rigidez mental, cultivando la flexibilidad, la tolerancia y la confianza hacia los demás. Se previene desde la infancia trabajando en los niños el respeto por la diversidad y la tolerancia, practicando la crianza respetuosa, la empatía, la expresión de sentimientos y el intercambio de opiniones e ideas.

Todas estas heridas se pueden prevenir, pero debido a diversos factores se vuelve complicado ver si la crianza de los hijos se hace de manera adecuada, hay muchas ideas al respecto que pueden limitar a los padres primerizos, así como más conflictos que se generan en esta nueva etapa de ciclo familiar, por ello si detectas que alguna de estas 5 heridas está presente en tu vida, o buscas un modelo de crianza que beneficie a tus hijos, acércate para que inicies un proceso de terapia.

“Es necesario aprender a amar en la infancia, como se aprende a caminar o a hablar”.  Rosa Montero.

Si quieres iniciar un proceso terapéutico personal, de pareja o familiar, puedes contactarme al 618-152-79-65; estaré encantado de atenderte.