¿Heridas de infancia? (parte1)

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MTF. Alfredo Arévalo

En otros artículos habíamos hablado de la importancia de nuestra infancia, pues las experiencias vividas en ella determinan nuestra calidad de vida, por la manera en que vemos y vivimos las cosas cuando somos adultos. Dentro de la psicología se explica que existen cinco heridas emocionales de la infancia que dejan huella en la edad adulta; en este artículo las conoceremos, pues el saber de qué manera nos marcan nos ayuda a poder encontrar la manera de sanarlas y evitar que el patrón se repita y las sufran nuestros hijos.

¿Qué son?

La mejor explicación es que las heridas emocionales de la infancia son una especie de lesión afectiva que nos impide llevar una existencia plena; su huella es tan profunda que incluso nos dificulta crear vínculos con otras personas, también nos incapacita para afrontar los problemas.

Este es un problema frecuente, casi todos tenemos una o varias de ellas, lo que puede variar es la profundidad del daño que ha causado; cuando están presentes estas heridas psicológicas se evidencian de diversas maneras: ansiedad, depresión, fracaso en las relaciones afectivas, pensamientos obsesivos, mayor vulnerabilidad hacia determinados trastornos, problemas del sueño, actitud defensiva o agresiva, inseguridad, miedo, desconfianza, etc…

Como seres humanos nuestra respuesta biológica es aprender a interpretar el mundo que nos rodea en nuestros primeros años de vida; esto forma nuestra particular interpretación de la realidad, la cual influye en el entorno, la familia, el contexto socioeconómico y cultural, las experiencias vitales, nuestra forma de ser, entre otros. Todos tenemos un pasado, y este tiene un peso y presencia, aunque este ya no exista, es por ello que la existencia de estas heridas nos dejan experiencias vividas en la infancia que marcan nuestro carácter.

¿De dónde vienen?

Como es de esperarse, si tuviste un pasado infantil traumático es obligado que estén presentes estas heridas, no obstante, si tu infancia no fue traumática también están presentes, esto se debe a distorsiones en la interpretación de la realidad por parte del niño. En este sentido, hay que recordar que los niños son muy buenos captando impresiones y teniendo sensaciones, pero muy malos interpretándolas.

Los niños y niñas aun no tienen la madurez para comprender todo cuanto sucede a su alrededor; por ejemplo: un niño puede sentir abandono cuando a pesar de que sus padres están con él en casa, nunca le prestan la debida atención o desatienden sus necesidades afectivas. Pero también puede interpretar como abandono el hecho de que le dejen con los abuelos para ir al hospital durante una temporada, cuando en realidad sus padres pretenden evitarle sufrimiento debido, por ejemplo, a una enfermedad en el seno de la familia.

Las heridas emocionales de la infancia surgen por una o varias experiencias negativas (que se han interpretado de esa manera) vividas en la niñez. Dichas experiencias dejan una huella (herida) emocional que puede repercutir en nuestra salud afectiva al llegar a la edad adulta.

Las heridas emocionales aparecen a una edad temprana, por estos sucesos que se han interpretado como una experiencia traumática, que han pasado por única ocasión o a lo largo del tiempo de forma más o menos constante. Por ejemplo: el fallecimiento de un familiar, la depresión de uno de los progenitores, una crianza inadecuada, malos tratos, el nacimiento de un hermanito y los celos asociados a ello, etc…

Esta parte de la sensación que se percibe, tiene que ver con el dar significados a lo que nos sucede, que junto a una sensibilidad extrema genera la herida en base a un malentendido o a una mala interpretación de la realidad, y como está herida se da en la primera etapa de vida, y aun no hay un adecuado enfoque de la realidad, así como estrategias personales para manejar y entender una correcta gestión de las emociones.

Debido a esto es que todos tenemos al menos una de estas heridas emocionales asociadas a experiencias dolorosas que afectan al desarrollo, saber cómo nace cada una de estas heridas emocionales y en qué consiste cada una es importante para poder evitarlas o sanarlas.

En esta parte exploraremos la primera herida, cada una de las 5 heridas emocionales deja su propio rastro característico y es fácil detectarlo si se sabe dónde mirar.

  1. Miedo al abandono

Quienes han experimentado abandono en su infancia, la soledad es su mayor enemigo, pues la falta de afecto, compañía, protección y cuidado les marcó tanto que se encuentran en constante vigilancia para no ser abandonados. Las personas marcadas con la herida del abandono muestran esa carencia afectiva en sus relaciones personales y afectivas, en muchas ocasiones sufrirán dependencia emocional, e incluso tolerarán lo intolerable con tal de no quedarse solas. En otros casos, y dependiendo de su personalidad, pueden tomar ellos la iniciativa de abandonar a los demás como mecanismo de protección, por temor a revivir la experiencia del abandono.

La herida del abandono se sana trabajando el miedo a la soledad, y esto se consigue principalmente pasando tiempo de calidad con nosotros mismos, realizando actividades que nos gustan y practicando el autocuidado. Identificar y saber gestionar el temor a ser rechazados es igualmente relevante. Para ello debemos derribar las barreras invisibles del contacto físico y emocional.

Es el niño interior, y no el adulto, quien teme que lo dejen, por eso, hay que fortalecer su autoestima para evitar caer en el autosabotaje. Es necesario conectar con nuestro niño interior y abrazarle para que se sienta seguro y sea capaz de disfrutar sus momentos de soledad. La forma de evitar la herida del abandono es compartir con nuestros hijos tiempo de calidad, dialogando a menudo con ellos, prestando atención consciente a sus demandas afectivas y practicando la escucha activa.

El próximo lunes platicaremos acerca de las cuatro heridas emocionales restantes.

“La infancia es una fábrica de mentiras que perduran imperfectamente”.  Elena Ferrante.

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