Palabra Dominical por el arzobispo Faustino Armendáriz

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I Domingo de Cuaresma

Fue tentado por satanás

Mc 1, 12-15

El Evangelio de este domingo incluye dos pasajes: la tentación de Jesús en el desierto (vv. 12-13) y el comienzo de su predicación en Galilea (vv. 14-15).

El primer relato es el que da el nombre a este domingo, “Domingo de la Tentaciones” El relato que nos presenta san Marcos es particularmente breve y está estrechamente vinculado a la narración del Bautismo de Jesús del cual es su continuación.

San Marcos sólo hace referencia a que Jesús fue tentado por Satanás, sin especificar más (como harán Mt y Lc). De este modo el mensaje central es la lucha de Jesús con Satanás, lucha a la cual va impulsado por el Espíritu, el mismo Espíritu Santo que acaba de bajar sobre él en forma de paloma (Mc 2,9). Y es justamente con la fuerza del Espíritu de Dios que sale victorioso de la lucha.

La victoria de Jesús es presentada como una vuelta al paraíso, al estado de paz original. Esto se deduce por la referencia a la convivencia con las fieras y a los ángeles que lo servían, que sería una alusión a motivos bíblicos como Is 11,6-9 y el Sal 90,11s.

Por todo esto podemos afirmar que Satanás tentó a Jesús del mismo modo que lo hizo con Adán, invitándolo a abandonar el camino de la obediencia al Padre para seguir su propio camino a espaldas de Dios. San Marcos presenta entonces a Jesús tanto como el Mesías que vence a Satán e instaura el tiempo escatológico como el nuevo Adán que inaugura la humanidad reconciliada con Dios y con la creación. En este sentido la lucha y la victoria de Jesús son la contra cara de la derrota de Adán en los orígenes de la humanidad (cf. Gn 3).

Los 40 días de cuaresma brotan como paralelo de los 40 días de Jesús en el desierto. Lo dice explícitamente el prefacio de este domingo: “Él mismo, al abstenerse de alimentos terrenos durante cuarenta días, consagró con su ayuno la práctica cuaresmal”.

El Espíritu Santo llevó, (empujó) a Jesús al desierto antes de comenzar su misión, su ministerio público. ¿Por qué? En el desierto Jesús se prepara para su misión. Nos lo recuerdo Aparecida: Jesús, al comienzo de su vida pública, después de su bautismo, fue conducido por el Espíritu Santo al desierto para prepararse a su misión (cf. Mc 1, 12-13) y, con la oración y el ayuno, discernió la voluntad del Padre y venció las tentaciones de seguir otros caminos ( nº 149).

El tiempo de cuaresma nos prepara para nuestra misión y nos invita a enfrentarnos con una realidad de nuestra vida que no nos gusta mucho reconocer que está presente: el mal. Sobre todo, la presencia de ese mal que afecta nuestra relación con Dios, con los demás y con nosotros mismos; lo que llamamos pecado. El mismo Espíritu Santo, al igual que a Jesús, es quien nos conduce al desierto cuaresmal, es decir a una situación donde la soledad y el silencio nos llevan necesariamente a encontrarnos con nosotros mismos y a sentir la presencia del pecado en nuestra vida. Y una vez allí, el Espíritu Santo – tras las huellas de Jesús – nos impulsa a la lucha contra el mal con la esperanza de la victoria. En efecto, se trata de una verdadera lucha o combate espiritual, pues la realidad del mal, del pecado, presente siempre en nuestra vida, estará también presente durante todo el camino cuaresmal y será abordada desde distintas miradas. Por lo pronto, en esta primera etapa de la cuaresma se nos invita a aceptar su presencia en nosotros; a descubrir su raíz en las tentaciones y a empezar una lucha contra las mismas con la intención de volver a lo realmente bueno que es la armonía propia de la vida cristiana. Con palabras de nuestra experiencia cotidiana podemos decir que hay cosas que me gustan y me atraen pero que definitivamente me hacen mal. Esta es la tentación en el plano moral que hay que discernir. “Las tentaciones manifiestan nuestra imperfección; bien tomadas, nos mantienen en la humildad. No hay que extrañarse de ellas; en sí no constituyen falta alguna; pero son signos que nos ponen en guardia”.

Ahora bien, tengamos en cuenta, el proceso de integración del mal no puede detenerse en la primera fase que es el reconocimiento y aceptación del propio pecado sino que debe continuar hasta la transformación interior que obra el perdón de Dios.

Al discernir las tentaciones que nos mueven a apartarnos del Señor; tenemos que reaccionar tomando el camino contrario al sugerido por ellas, el camino de vuelta a Dios, el camino de la conversión, que es el otro tema central del evangelio. Se trata de volver a Él, a la alianza con Él en la que estamos desde nuestro Bautismo. Más concretamente, revisemos si Jesús está presente en nuestra vida, si es Alguien real que comparte nuestra vida cotidiana. Porque es evidente que el ritmo diario muchas veces opaca esta presencia del Señor en nuestra vida y terminamos prescindiendo de Él. Vivimos sólo desde nosotros y para nosotros. La vida en alianza es vivir de Él, con Él y para Él, descubriendo en esto una mayor plenitud de vida que viene de su amor. Sí, porque el egoísmo, el aislamiento, la búsqueda exclusiva del propio bien nos empobrece, nos quita la alegría de vivir. En cambio, experimentar que vivimos por su Amor, que nos ha creado y ha hecho alianza con nosotros, amplía el horizonte de nuestra vida llenándolo de sentido y de alegría.

Visto todo esto creo que podemos captar ya lo que el Señor nos pide, a través de Su Palabra, en este primer domingo de cuaresma. Se trata de reconocer que esta vida en Alianza con el Señor está sujeta a la tentación y a la posible infidelidad, a romperse por el pecado o a enfriarse por la rutina. Jesús nos invita a renovar la Alianza, muriendo a la corrupción del pecado y renaciendo a la gracia. Pero para esto el primer y necesario paso es asumir nuestra debilidad y nuestro pecado. El segundo es mirar a Dios, siempre fiel y lleno de ternura, que en Jesús se nos aproxima con su perdón. El tercer paso será poner manos a la obra con la ascesis cristiana, con la lucha contra las tentaciones.

En síntesis, hay que asumir nuestra condición permanente de “pecadores en conversión”, “estar en conversión es pasar continuamente al misterio del pecado y de la gracia. Esto significa el abandono de toda justificación, de toda justicia propia, y el reconocimiento de nuestro pecado para abrirnos a la gracia de Dios”.

En fin, recordemos la invitación del Papa Francisco en su mensaje de cuaresma para este año: “Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Este llamado a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre”.

+ Faustino Armendariz Jimenéz

Arzobispo de Durango