Palabra Dominical por el arzobispo Faustino Armendáriz

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VI Domingo Ordinario

¡Cristo si quiere sanarte!

Mc 1, 40-45

Este domingo el Evangelio nos presenta después de la curación de la suegra de Pedro y de otros muchos enfermos, el primer gran milagro de Jesús: la curación de un leproso. Sin embargo no es apropiado hablar de curación pues entonces veríamos a la lepra – como la vemos hoy – como una simple y cruel enfermedad, como un problema de salud. En cambio, el evangelio habla explícitamente de purificación por lo cual la lepra era considerada más bien como una impureza, algo que nos separa de lo puro y santo, que nos separa de Dios y de los hermanos. Aunado a esto, tengamos en cuenta que el leproso era un transmisor de impureza, por eso debía vivir aislado del resto. La primera lectura de hoy nos ayuda a tener en cuenta esta perspectiva, la lepra era considerada como uno de los peores males que puede afectar a un hombre, por ello al leproso se lo consideraba un muerto viviente y su curación se equiparaba a la resurrección de un muerto. Teniendo en cuenta este contexto, la acción de Jesús adquiere gran trascendencia, el gesto de tocar al leproso y purificarlo, saltando todas las barreras que imponía la ley. Así lo recuerda el papa Francisco “Jesús, nuevo Moisés, ha querido curar al leproso, ha querido tocar, ha querido reintegrar en la comunidad, sin autolimitarse por los prejuicios; sin adecuarse a la mentalidad dominante de la gente; sin preocuparse para nada del contagio” (Homilía del 15 de febrero de 2015).

Queda claro que este milagro de Jesús tiene un alcance mayor que la mera curación de un enfermo, pues al volver puro al hombre impuro, le está permitiendo recuperar – además de su salud – su vínculo con Dios y con la comunidad. Por esto mismo Jesús lo envía al sacerdote para que verifique la curación y lo reincorpore al pueblo santo de Dios.

Ahora bien, el relato no termina con la purificación, sino que continúa y nos presenta algunas cuestiones un poco extrañas: Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad… En síntesis, y para no perdernos en detalles, parece claro que Jesús no se sintió muy conforme con el milagro realizado.

Lo que sigue del relato confirma esta suposición por cuanto el leproso purificado desobedece la orden de Jesús de no decir nada y comienza a proclamar y a divulgar el hecho, al punto que Jesús ya no puede entrar en las ciudades y debe permanecer en lugares desiertos, donde acuden a él de todas partes.

¿Por qué termina así el relato? El leproso, al expresar su deseo de purificación, manifiesta una imagen ‘milagrera’ de Jesús como un ser con un poder ilimitado y que puede ejercer a discreción (si quieres, puedes curarme). Jesús lo quiere, lo toca y queda purificado. Pero lo que sigue nos muestra que Jesús quiere algo más y no sólo la curación. El contexto inmediato del evangelio nos muestra que, si bien la actividad pública de Jesús incluye expulsar demonios, curar enfermos, predicar y enseñar; pero sólo para esto último Jesús toma la iniciativa, Predicar y enseñar. En efecto, Jesús no busca a los enfermos y endemoniados, sino que vienen a él. En cambio, Jesús manifiesta claramente su decisión de recorrer las ciudades para predicar, pues para ello ha salido, esta es su misión (cf. Mc 1,38). Ahora bien, la desobediencia del leproso impide a Jesús realizar esta misión y se ve obligado a recluirse en lugares desiertos.

La gran enseñanza de este domingo es que Dios por medio de su Hijo Jesucristo, nos ofrece algo más grande y liberador que los milagros, su Mensaje. La forma de vida propuesta en el Evangelio es lo que realmente puede restablecer el orden de las relaciones entre Dios y entre los hombres. Buscar acciones milagrosas antes de comprender el Mensaje del Evangelio limita la acción de Dios en cada uno de nosotros.

Preguntémonos pues, ¿Qué es lo que buscamos cuando recurrimos a Jesús? Comprender su propuesta de vida para asumirla, o bien, solo buscamos la solución ‘mágica’ a nuestros problemas. Dios tienen poder para realizar ambas cosas, pero su voluntad es que conozcamos la verdad, pues la verdad nos hará libres.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Arzobispo de Durango