Mensaje de Año Nuevo del arzobispo Faustino Armendáriz

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A los sacerdotes y diáconos,

a los consagrados y consagradas,

a los responsables del bien común,

a los trabajadores de la sałud,

a los fieles laicos de la Arquidiócesis de Durango,

y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

  1. Al comienzo del Año Nuevo, quiero hacer llegar a todos ustedes mis deseos de paz. Los dirijo de modo especial, a todos los que han sido probados por el dolor, el sufrimiento y la muerte de un ser querido en este tiempo de emergencia sanitaria. Es verdad que el año que termina ha sido complicado para todos, sin embargo, el comienzo de un Año Nuevo, es siempre un don de Dios para la humanidad. Por tanto, en esta ocasión, deseo invitarlos a todos ustedes a iniciar este 2021 con una actitud de confianza en la Providencia Divina, pues para el que cree en Dios siempre hay esperanza, así nos lo enseña el salmista cuando dice: «Alzo mis ojos a los montes, įde dónde vendrá mi auxilio? Mi auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra» (Sal 121, 1-2).

 

  1. Esta Navidad, podemos decir, ha sido la Navidad de la pandemia, de la crisis sanitaria que ha redundado en una crisis a nivel socioeconómico, cultural, familiar e incluso eclesial; de tal modo, que no se ha tratado solo de algo teórico o intelectual, sino de una realidad sentida y compartida por todos. No obstante, como lo afirma el papa Francisco en su Discurso a la Curia Romana: «Este flagelo ha sido una prueba importante y, al mismo tiempo, una gran oportunidad para convertimos y recuperar la autenticidad». (Discurso del Santo Padre a la Curia Romana con motivo de las felicitaciones navideñas, 21.12.20). Esto es posible, porque “la crisis” nunca es completamente negativa; su misma raíz etimológica, krino, que significa cribar, nos lo deja entrever: son las situaciones de crisis las que nos fortalecen y purifican, las que nos permiten separar lo bueno de lo malo, así como se separa el trigo de la cizaña (cf. Mt 13, 30).

Ante toda esta realidad, se nos invita a tener los ojos de la fe: «Quienes no miran la crisis a la luz del Evangelio, se limitan a hacer la autopsia de un cadáver: miran la crisis, pero sin la esperanza del Evangelio, sin la luz del Evangelio. La crisis nos asusta no solo porque nos hemos olvidado de evaluarla como nos invita el Evangelio, sino porque nos hemos olvidado de que el Evangelio es el primero que nos pone en crisis. Es el Evangelio el que nos pone en crisis. Pero si volvemos a encontrar el valor y la humildad de decir en voz alta que el tiempo de crisis es un tiempo del Espíritu, entonces, incluso ante la experiencia de la oscuridad, la debilidad, la fragilidad, las contradicciones, el desconcierto, ya no nos sentiremos agobiados, sino que mantendremos constantemente una confianza intima de que las cosas van a cambiar, que surge exclusivamente de la experiencia de una Gracia escondida en la oscuridad» (Discurso del Santo Padre a la Curia Romana con motivo de las felicitaciones navideñas, 21.12.20). Así́ pues, de esta crisis, con la ayuda de Dios, saldremos más conscientes de nuestras limitaciones, fallas y errores, pero sobre todo, más confiados en la misericordia y gracia de Dios, así como también, convencidos de que “nadie se salva solo” (cf. FT 32). Todo esto, sin duda, da consuelo, esperanza y paz a nuestra Iglesia que peregrina en Durango.

  1. La liturgia nos propone al inicio de cada año recordar la antigua bendición con la cual los sacerdotes bendecían al pueblo de la Alianza: «Que Yahvé́ te bendiga y te guarde; que ilumine Yahvé́ su rostro sobre ti y te sea propicio; que Yahvé te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26). Esta nos recuerda que la paz, aunque exige la participación de la persona humana, es sobre todo un don de Dios. Del mismo modo, se descubre en este texto que la paz del Señor está relacionada con el resplandor de su rostro y con la grandeza de su nombre, pues, por bien tres veces se repite el nombre santo de Dios. Desde el Antiguo Testamento, los patriarcas deseaban ver el rostro de Dios, Moisés le pide al Señor «Déjame ver tu gloria»; asimismo, el salmista clama al Altísimo diciendo: «Sí, Yahvé, tu rostro busco: no me escondas tu rostro» (Sal 27, 7-8). De la contemplación del rostro de Dios nacen la verdadera alegría, serenidad y paz del corazón humano; pero, no fue sino hasta la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4,4), cuando el rostro de Dios, se nos ha mostrado de modo sin igual, en Jesucristo, el Dios hecho hombre.
  2. Ahora, en este nuevo año, estamos todos llamados a ser artesanos de paz, para que juntos encontremos caminos para construir la civilización del amor: tratemos de sanar las heridas del pasado; tutelemos y promovamos el valor y dignidad de la persona humana en todas las etapas de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural; busquemos un verdadero progreso que vea por el bien integral de la persona y el bien común de la sociedad. El papa Francisco, en su mensaje de la Jornada Mundial de la Paz de este año, ha insistido en “el cuidado como camino de paz”, así se expresa el Santo Padre: <«La diaconía de los orígenes, enriquecida por la reflexión de los padres y animada, a lo largo de los siglos, por la caridad activa de tantos testigos elocuentes de la fe, se ha convertido en el corazón palpitante de la doctrina social de la lglesia, ofreciéndose a todos los hombres de buena voluntad como un rico patrimonio de principios, criterios e indicaciones, del que extraer la “gramática” del cuidado: la promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguardia de la creación».
  3. Que Maria Santísima, Reina de la Paz, nos ayude a ser verdaderos constructores de paz, de tal modo, que también nosotros nos sintamos corresponsables del cuidado de la casa común y de cada uno de nuestros hermanos.

Fraternalmente en Cristo y María,

+Faustino Armendáriz Jiménez

 Arzobispo de Durango