Palabra Dominical por el arzobispo Faustino Armendáriz

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XXII Domingo Ordinario

El lugar del discípulo, detrás de Jesús

En el evangelio del domingo anterior, Pedro, inspirado por Dios, confiesa a Jesús como Mesías. Inmediatamente después, dejándose llevar por su propia inspiración, intenta apartarlo del plan que Dios le ha encomendado.

Pedro acaba de confesar a Jesús como Mesías. Él piensa en un Mesías glorioso, triunfante. Por eso, Jesús considera esencial aclarar las ideas a sus discípulos. Se dirigen a Jerusalén, pero él no será bien recibido. Al contrario, todas las personas importantes, los políticos, sumos sacerdotes, y los escribas se pondrán en contra suya, le harán sufrir mucho, y lo matarán. Es difícil poner de acuerdo a estas tres clases sociales. Sin embargo, aquí coinciden en el deseo de hacer sufrir y eliminar a Jesús. Pero todo esto, que parece una simple conjura humana, Jesús lo interpreta como parte del plan de Dios. Por eso, no dice a los discípulos: «Vamos a Jerusalén, y allí una banda de canallas me va a perseguir y matar», sino «tengo que ir» a Jerusalén a cumplir la misión que Dios me encomienda, que implicará el sufrimiento y la muerte, pero que terminará en la resurrección.

Para la concepción popular del Mesías, como la que podían tener Pedro y los otros, esto resulta inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje que salva a su pueblo y triunfa a través del sufrimiento y la muerte no es desconocida al pueblo de Israel. El libro del Profeta Isaías se anuncia esta realidad en el capítulo 53.

En el relato que hemos escuchado Jesús termina hablando de resurrección, pero lo que llama la atención a Pedro es el «padecer mucho» y el «ser ejecutado». Según Mc 8,32, Pedro se puso entonces a reprender a Jesús, pero Mateo solo describe su reacción: No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.

Ahora no es Dios quien habla a través de Pedro, es Pedro quien se deja llevar por su propio impulso. Está dispuesto a aceptar a Jesús como Mesías victorioso, no como Siervo de Dios. Y Jesús, que un momento antes lo ha llamado «bienaventurado», le responde con enorme dureza: «¡Quítate de mi vista, Satanás, no intentes hacerme tropezar en mi camino!». Más que un rechazo, creo que Jesús le hace una invitación a Pedro, pidiéndole que se ubique en el lugar que le corresponde como discípulo: “ponte detrás de mí”, sígueme, camina por las sendas que mis pasos van marcando.

Estas palabras traen a la memoria el episodio de las tentaciones a las que Satanás sometió a Jesús después del bautismo. Y Jesús, que no vio especial peligro en las tentaciones de Satanás, ve aquí un grave peligro para él. Por eso, su reacción no es serena, como ante el demonio; no aduce tranquilamente argumentos de Escritura para rechazar al tentador, sino que está llena de violencia: «Tú piensas como los hombres, no como Dios.» Los hombres tendemos a rechazar el sufrimiento y la muerte, no los vemos espontáneamente como algo de lo que se pueda sacar algún bien. Dios, en cambio, sabe que eso tan negativo puede producir gran fruto.

Esta función de tentador que desempeña Pedro en el pasaje y la reacción tan enérgica de Jesús nos recuerdan que en las mayores tentaciones para nuestra vida está involucrado el demonio, y a veces actúa a través de las personas que están a nuestro lado, o peor aún, provienen de nosotros mismos. Ante todo esto, es interesante recordar este episodio evangélico.

A Pedro la cruz le resulta escandalosa y quiere obstaculizar el camino de Jesús, que es el proyecto de Dios. Pedro representa a todo aquel discípulo que se escandaliza y no comprende a Jesús, o que busca cualquier pretexto para evadir la construcción del Reino por el camino de la Cruz. Sintiéndose merecedor de algo mejor.

En realidad, sólo hay dos conductas: seguir a Jesús o seguirse a uno mismo . Seguir a Jesús supone un gran sacrificio, incluso se puede tener la impresión de que uno pierde lo que más quiere. Seguirse a uno mismo resulta más tentador, pero seguir nuestros criterios pueden llevarnos a la perdición.

Ahora bien, no es el sufrimiento lo que Dios nos propone, sino un actitud firme y valiente frente los obstáculos para la construcción del Reino de Dios.

La pregunta que deberíamos hacernos todos es: ¿Qué criterios mueven mi vida? Mis intereses personales, o la construcción del Reino de Dios.

¿De qué le sirve ganar a uno el mundo entero, si pierde su vida?

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Arzobispo de Durango