Ya ni las sonrisas se ven: don Luis

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  • “El coronavirus nos atrasó a todos”.
  • “La gente trae la cara tapada como si se avergonzaran de algo”.

Graciela Rosales/La Voz de Durango

Nadie lo sabe, pero a veces en las noches, lloro a obscuras, sin que nadie me vea; es tan triste ver a la gente buena, con la cara tapada como si algo los avergonzara, es feo ver cómo mis yernos se quedaron sin trabajo y las mujeres ahí andan consiguiendo una “gorda” pa´los niños; esa enfermedad nos vino a atrasar a todos, ya ni las caras nos vemos, así se expresó don Luisito, un hombre de la sierra frente al coronavirus.

Luis Martínez Ríos, originario de Pueblo Nuevo, se trasladó a la ciudad de Durango porque un pariente falleció de Covid-19 y tuvo que venir a recoger a una prima que se quedó sola, es una mujer ya entrada en años, ha de tener unos 80, dice Luisito.

Él tiene 85 años, pero se ve fuerte, escucha bien, no tiene problemas para caminar, está acostumbrado a recorrer largas distancias, “por eso estoy sano, porque trabajo” y me presume como si fuera un niño, “allá en la sierra uno no se pone esas cosas –se refiere a los cubrebocas- uno anda libre, respirando bien, allá no se siente mucho la enfermedad maldita, esa que ha matado a muchos”.

Yo no me explico –dice don Luis- cómo es que no hay cura, hay tanto médico y yerberos y si el problema es que la gente se amontone, pos que manden unos cuantos a la sierra, allá hay lugar, -ahí tan los cerros- y se ríe.

Estas semanas en la ciudad le han sido muy difíciles y le causan tristeza,  “uno no sabe si la gente se está riendo contigo, o te está torciendo el hocico,  no puede ni ver las sonrisas de los chamacos… ya ni abrazarlos, por eso a veces en la noche lloro, no le digo a nadie lo que siento porque me da vergüenza, tan viejo y tan chillón, pero es que yo nunca en todos los años que tengo, me imaginé que esto llegara a suceder.

Yo pensé muchas veces en cómo salir de la pobreza, en cómo hacer pa´ que los nietos estudien y ora que están en la ciudad donde hay escuelas, no pueden ir porque la enfermedad los amenaza, mis yernos no pueden trabajar porque les cerraron las fábricas y no falta que uno se entere que ya está malo uno y otro.

“Allá en la sierra se siente menos esta cosa, uno es más libre y bien que mal tenemos animalitos, pa’ comer no nos falta; allá no llegan ni los políticos, por eso estamos mejor que aquí en la ciudad, donde todo lo ensucian y lo enferman”.

La plática era buena, pero nos interrumpió Juan, un vecino de la sierra que lo llevaría de “rait” hasta la sierra, a su casa; don Luis se levantó rápido tomo una cajita de cartón que hacía las veces de maleta y mientras se subía a la troca, le gritó a su hija, -ya me voy pues, que Dios los bendiga-.

Yo me quedé mirando la agilidad de ese hombre de 85 años para subir al vehículo; él me vio y me dijo adiós con la mano, iba contento, porque allá no tendría que usar tapabocas y porque allá no van los políticos, y porque allá él puede ver la sonrisa de los niños. “Que Dios lo cuide don Luis”, le grite a la distancia.