Palabra dominical

II Domingo de Pascua

Domingo de la Misericordia Divina 

El Señor entra, a pesar de las puertas cerradas.

El Evangelio de este domingo nos muestra el regalo que la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús nos alcanzó: el Don de la Paz.

El relato que hemos escuchado comienza destacando algo tan lógico: el miedo de los discípulos. Es muy normal y humano. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.

Es este ambiente aparece Jesús con un saludo muy peculiar: ‘la Paz este con Ustedes’, saludo que se repetirá hasta tres veces. Esto para hacernos recordar la promesa que el mismo Jesús había hecho antes de su muerte, en la noche de la ultima cena: ‘La Paz les dejo mi Paz les doy, y no se las doy como la da el mundo. No se turbe ni se acobarde su corazón’ (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa Paz que Él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.

Jesús quiere recordar a los discípulos que la Pasión y Muerte no es el final, que por dura y cruda que parezca la Cruz siempre llega la Luz de la Resurrección, la Esperanza de levantarse y recomenzar. En la última cena el Señor nos había advertido: ‘Ustedes están triste ahora; pero los volveré a visitar y los llenare de alegría, y nadie se la quitará’ (Jn 16,22), cuando se ve la luz y la paz inunda el corazón, todos los otros sentimientos no cuentan.  En estos momentos que se vislumbra momentos difíciles, cuanto hace falta mantener la Paz en el Corazón.

Cuando Jesús enciende el fuego interior en el Corazón del Hombre, fuego generador de Paz, prosigue con un imperativo: Como el Padre me ha enviado, así también los envío Yo. Esta es la Tarea fundamental de todo discípulo del Señor: La Misión. No se trata simplemente de continuar la tarea, sino de hacer Realidad lo que el Creador desde el principio tenía preparado para la humanidad, se trata de llevar acabo aquello para lo cual fuimos creados, para eso hemos recibido el Espíritu de Dios.

El Señor entra a nuestra realidad y a nuestra casa a pesar de las puertas cerradas y nos alienta, a pesar de nuestros miedos.

Hoy muchos ánimos empiezan a sucumbir y a generar fugas de Paz en el corazón humano. Nosotros los discípulos-misioneros de Jesús, llenos de su Santo Espíritu, debemos reafirmar nuestra Fe en el Señor Resucitado y ser generadores de Esperanza para que nuestro pueblo tenga vida en plenitud y con la Paz que viene del Cielo podamos juntos levantarnos de esta situación que nos reta, pero también nos ayudara a ser una mejor sociedad.

Nosotros, los que ‘hemos visto al Señor’ y tenemos el delicado y gratificante deber de ayudar a otros a encontrar la Paz de Dios, pues son mucho los que hoy exigen: ‘Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi mano en su costado, no creeré’. Este es el riesgo de la actualidad, vivir sin Esperanza, cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Muchos pueden caer en este riego, y vivir así nos convierte en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.

Hoy la presencia del Señor entre nosotros nos aliente a seguir adelante con la fuerza del soplo de su Espíritu. Es el mismo verbo que se encuentra en Gn. 2,7 para indicar la animación del hombre al infundirle Dios un aliento de vida. Con aquel aliento se convirtió el hombre en un ser viviente; con este nuevo aliento de Jesús resucitado, el ser humano es re-creado. Creer hoy en la resurrección es comprometerse por una vida más humana, más plena, más feliz.

El Santo Padre, el Papa Francisco nos recuerda al respecto: Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso.

Que en este tiempo de presencia del resucitado, experimentaremos el gozo misionero de compartir la vida con el pueblo fiel a Dios tratando de encender el fuego del Espíritu en el corazón del mundo. No témanos, Dios nos ha dado su Santo Espíritu para ser sus Testigos en todo el mundo.

El Señor quiere entrar, a pesar de las puertas cerradas.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Arzobispo de Durango 

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