Ideario

0
89

Por Azu Macías

Ser el obstáculo del cambio… la primera vez que leí algo parecido me parecía bastante complicado entenderlo, uno de los títulos que recuerdo llamaron mi atención fue el de un libro de un conocido maestro espiritual que decía: “No te cruces en tu camino”, bastante sugerente, pues me hacía sentir ligeramente responsable de las situaciones que ocurrían en mi vida ¿podía ser posible que de alguna manera estuviera yo siendo un obstáculo?

Seguí mi camino sin prestar mucha atención a aquel libro que en realidad me había parecido algo desestructurado (no sé bien si fue el libro o mi forma de entenderlo en aquel momento), tiempo después me topé con una idea similar mientras realizaba mis estudios de posgrado: Cuando le dices a alguien que cambie, lo que logras es que se resista al cambio. Como concepto teórico me dediqué a leerlo, aprendí técnicas que venían en distintos libros, me enfrenté a mí misma y a otras experiencias de vida que amablemente las personas me confiaban, apliqué mucho de aquello que  había leído tanto, pero seguía sin comprenderlo a profundidad.

Fue hasta que empecé a experimentar cambios en mi persona justo cuando dejé de exigirme que sucedieran, es más, tuve que poner atención para ver que habían sucedido y entonces comencé a comprender un poco de la paradoja del cambio: exigirle a alguien que cambie (incluso a uno mismo) puede resultar en el exterior, por un tiempo, pero al final la persona volverá a realizar la misma conducta o verse en las mismas circunstancias porque en el fondo lo único por lo que cambió fue porque sentía rechazo hacia aquello que deseaba cambiar.

Cada que alguien nos exige que cambiemos en el fondo de nosotros lo que escuchamos es algo de rechazo hacia nuestra persona, hacia aquello que hacemos que ahora parece “estar mal”; es una sensación de que alguien nos quiere arreglar o incluso de que nosotros mismos nos rechazamos una y otra vez diciéndonos todo lo que “deberíamos ser” en lugar de esto que somos. Es por ello que no se puede producir el cambio verdadero.

Para que el cambio profundo se produzca necesitamos la aceptación (que no es lo mismo que aguardar resignadamente y sentarse a ver cómo todo deja de funcionar), sino más bien de comenzar a preguntarnos ¿para qué nos sirve aquello que hemos ansiado cambiar o que alguien más nos ha pedido alguna vez que cambiemos? Debe haber alguna función que nos ayude a comprender, por ejemplo: “me he dado cuenta que como dulce cada vez que quiero consolarme por algo”, “fumo porque me siento estresado”, “cada que limpio la casa compulsivamente siento que algo dentro de mí se ordena también”, “cada que el niño dice que está enfermito yo le pongo más atención que nunca y lo consiento, ¿será que quiere más cercanía emocional?”, “Tomo café porque temo no tener energía para todos los asuntos del día”, de esta manera no intentamos cambiar el asunto sino comprenderlo y al entender para qué sirve podemos integrarlo como parte de nosotros.

La comprensión nos brinda compasión ante nuestra humanidad y es a través de ella que llega la aceptación de toda nuestra vulnerabilidad y contrastes, así también de los otros, nos llega la posibilidad del “puedo cambiar” en lugar del “tengo que cambiar”, porque generalmente este último es el que obstaculiza el cambio.