Ideario

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Por Azu Macías

Cuando dejé de ser víctima… Me enfrenté a mis excusas y decidí buscar soluciones entonces, la forma en que funcionaba mi mente comenzó a cambiar en muchos sentidos, de repente ante el estrés, la decepción, las situaciones inesperadas y una serie de problemas grandes o pequeños me encontré a mí misma ejecutando acciones para intentar resolver. Antes de esto, mi mente se paraba para dar paso a la emoción del momento, la que me hacía reaccionar y la mayoría de las veces impedía que pudiera resolver con claridad lo que sucedía. Mi enojo, mi frustración, mi tristeza se alimentaban de mis pensamientos que iban y venían generando un efecto de bola de nieve: de algo que comenzó pequeño se alimentaba por lo que se veía grande y difícil de manejar.

Me di cuenta de que así como nuestro niño interno nos permite ver con asombro el mundo y trae alegría al día a día, cuando ese niño interno está muy lastimado pudo haber aprendido a obtener ciertas ganancias tal vez cuando mamá solo le consentía o acariciaba cuando se pegaba, lloraba o enfermaba o cuando recibió mucho maltrato o abandono. Pero el lugar de una víctima genera dolor y frustración porque nos deja una sensación de estar indefensos.

Esta sensación de indefensión impide lo que se conoce como autoeficacia, es decir, esa sensación de que aunque en el mundo se nos demanden cosas podremos hacernos cargo de ellas, pero la persona que crece sin haberse encontrado con ese niño interno, sin haber escuchado sus necesidades y miedos, sin haberse expuesto a otras formas de solucionar dichas demandas, tiene la sensación de que es poco lo que pueda hacer cuando las cosas salen mal, con la sensación de que los otros le lastiman, están en su contra, tiene mala suerte, entre otros.

Cabría empezarnos a preguntar: ¿desde dónde quiero responder hoy: desde el niño o desde el adulto? ¿Cuál es la diferencia? El adulto (el que creció no solo en años sino también aprendió de sus experiencias) podrá reconocer que aquello le molesta o duele, pero enfocará el momento en buscar soluciones creativas porque tiene en su repertorio los aprendizajes de las experiencias pasadas (buenas o no) y podrá buscar ahí respuestas que le hagan saber que ya antes ha salido de otras muchas.

Desde la posición del adulto uno se da cuenta que la mayoría de las veces se pierde tiempo con la queja y que sí, a veces uno quiere quejarse (tal vez sea parte de la naturaleza humana), pero no se estanca en la queja ni alimenta sus emociones para que se hagan cada vez más grandes. Entonces, el mundo toma otro color, empieza a sentir que retoma el control de ciertos aspectos de su vida y que no está indefenso ante el mundo, que no todo lo que sucede es culpa de los otros y que puede hacer algo para resolver. No se trata de que uno se olvide del niño interno lastimado, sino de preguntarse ¿desde dónde quiero reaccionar hoy: desde el niño o desde el adulto? Porque “todo depende de la luz, de la manera de iluminar las cosas”.