Ideario

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Por Azu Macías

Solo debo cuidar la planta… Cuando era niña crecí entre la naturaleza, mi escuela primaria ubicada entre sembradíos me permitía ir a visitar las huertas y andar entre los zurcos de agua cazando saltamontes y descubriendo los diversos colores de las mariquitas, más tarde en los árboles frutales de casa descubrí otra diversidad de insectos característicos de cada árbol, en particular el guayabo tenía insectos  y asomaban hojas con huecos y mordidas que me llevaron a investigar más de fondo, descubrí que tenía diversos gusanos verdes que me gustaba ver de cerca.

Días después descubrí que algunas de las hojas de ese bonito árbol aromático (del que mi madre solía tomar guayabas y hacerlas cajeta) estaban delicadamente dobladas, imaginé que contenían algo dentro y pude observar que los gusanos no se hallaban más a la vista por lo que quise saber por qué se habían guardado y comencé a abrir hojas para ver una tela muy fina y blanca que en aquel entonces, no supe que era seda, menos que aquellas hojas que yo abría con afán de investigación contenían lo que pretendía convertirse en hermosas mariposas.

Oh mi sorpresa cuando tuve conocimiento de que aquellos eran capullos de transformación y que una vez abiertos no permitían a la oruga inicial completar su proceso, un proceso interno, delicado, íntimo que no debía ser molestado, solo resguardado a lo lejos… en ocasiones solo se puede ser observador, testigo de un proceso de cambio tan divinamente concertado.

Me pregunto… ¿cuántas veces he tratado después de ese árbol de guayabas de seguir abriendo capullos por mis afanes investigativos y mi ansia de saber en qué momento del proceso de transformación va el otro? Parece que me ha costado aprender la lección a pesar de tantos capullos destruidos. El afán de control nos gana a muchos. Queremos que el otro se transforme de acuerdo a nuestra ansia y necesidad, queremos ver el proceso terminado, queremos estar ahí sin movernos de ese espacio, no vaya a ser que nos alejemos y nos perdamos del resultado final.

Pero lamento decirles (y repetirme a mí misma por enésima ocasión) que muchas veces regresé al árbol para ver que aquellos capullos que no había abierto ya no estaban más, ¡el proceso de transformación se había concluido! no pude ver a la mariposa salir de ahí, no me tocó estar presente. Así pasa también en nuestros encuentros en que nos toca estar alimentando a la oruga, ver que hace su capullo, cuidarlo, pero al irnos a alimentar a nosotros mismos (proceso más que necesario y natural) la oruga se convierte en mariposa y se va.

Anoche al regar mi pequeño limón, vi después de tantos años una oruga en una hoja, le dije emocionada a mi perra: “¿Ya viste que tenemos una oruga que se convertirá en mariposa?”, pero ahora, tras años de haber roto capullos sin mala intención (solo con mi afán de control) decidí seguir regando mi árbol, cuidarlo, abonarlo y le dije a la oruga: “Ponte fuerte comiendo porque un tremendo proceso de transformación te espera”. Es que esta vez queridos lectores me di cuenta, de que en algunas ocasiones uno no puede acelerar el cambio del otro, solo puede regar el árbol que le servirá de alimento. Lo demás no depende de nosotros. Espero con mucho amor que esa oruga se pueda transformar, aunque no me toque verla de nuevo.