Claudia Valles Vázquez, ¡descanse en paz!

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Pbro. Víctor Manuel Solís

Hace más de tres décadas conocí a esta extraordinaria mujer duranguense. Claudia, de figura menudita, de grande sonrisa y de enorme corazón. Miembro de una distinguida y respetable familia de la ciudad de Durango, de vocación eminentemente cristiana católica, heredada del firme y generoso testimonio de sus padres. Extraordinaria hija, hermana y esposa; fervorosa creyente, que pudo luchar diariamente por configurar su proyecto de vida, desde la más profunda convicción cristiana, encarecidamente animada por conocer, amar e imitar a Jesucristo.

Su vocación de servicio se acrisoló en el trajín diario, que es búsqueda de mejorar la vida propia y contribuir con el granito de arena con el prójimo; testimonio de profundo e intrínseco valor familiar, escuela que cala lo profundo y vincula a los valores más grandes y a las virtudes más hondas.  Habiendo aprendido la gran lección de sus mayores, al igual que sus hermanos, la orientó en el arduo y tesonero emprendimiento del trabajo cotidiano, aportando siempre lo mejor de sí misma, porque ella siempre fue ELLA MISMA; rompiendo paradigmas y ampliando el horizonte, de la vida y encontrar el sentido de vivirla.

Una mujer de Dios, que lo llevó hasta la entraña de sus empeños, de sus sueños, de sus objetivos y metas, y Él la acompañó siempre hasta el último instante de su existencia mortal, para coronar su esfuerzo con la participación plena en el REINO ETERNO de su Gloria. Finalmente, el dolor de la cruz, como a todo mortal, le hizo enfrentar lo inevitable de la muerte, solo adelantándose un poco en este peregrinar. Estoy seguro, que su enfermedad, de la que tantas veces platicamos, la sobrellevó como una cruz, que hace vivir a cualquiera EL CALVARIO; pero que siempre fue menos pesante, porque esa cruz, se carga con amor, con entereza de fe: Fue luchar cada instante, para tratar de entender la voluntad de Dios. Y Claudia la llevó así, generosa, estoica, creyente, paciente, llena de esperanza. Valiente guerrera, cuyo estandarte de aferrarse a la vida, fue la ESPERANZA. El buen Dios le concede ahora la victoria y le hace digna merecedora, completamente purificada de la VIDA PLENA en el Cielo, junto a Él, junto a sus elegidos. Sólo el Señor puede compensar a Claudia todo el bien que ha hecho en su vida. El Cielo es la presencia continua de Dios, el Cielo es el encuentro, el banquete, la plenitud de la vida. Que este Cielo prometido por el Señor sea la mejor recompensa para Claudia.

Cuando nos faltan las palabras para expresar lo que sentimos y vivimos, viene en nuestra ayuda la Palabra de Dios. Dice el profeta Isaías que el Señor “aniquilará la muerte para siempre” y “enjugará las lágrimas de todos nosotros”. El Señor ha vencido definitivamente a la muerte con su resurrección. Este acontecimiento central de nuestra fe, da sentido a nuestra existencia, la muerte ya no tiene la última palabra, ni la definitiva. “Celebremos y gocemos con su salvación”. Lo que el profeta anuncia en un contexto y para un tiempo concreto, Jesucristo lo ha obtenido para siempre, sólo en Él está la salvación definitiva. Esa de la que ya participa Claudia, esa es nuestra gran esperanza cierta que es alimentada por la certeza de la Fe.

El Evangelio nos recuerda el secreto de la verdadera y auténtica felicidad. Es feliz quien se entrega, se da a los demás, quien antepone el bienestar del otro, el del hermano, al suyo propio. En esta verdad fundamental, Claudia ha sido una maestra, disfrutando por que los demás estuvieran bien. Quien es feliz viviendo el proyecto de vida de Jesucristo vive con alegría y, sobre todo, recibiendo la gran recompensa del cielo. Queridos hermanos. La muerte es maestra de la vida y hoy la muerte de Claudia nos lleva a afirmar que darse al otro y la entrega generosa, vivir la vida en la sintonía de Dios y de su proyecto de Amor, no caen en el vacío. Morir a esta vida es quedarse a vivir para siempre con Jesús y con todos aquellos con los que hemos compartido la vida de Jesucristo.  Gracias Claudia, por su hermosa amistad, por su testimonio de fe, de amor a su Iglesia, de su servicio y apoyo de siempre a las causas de Cristo.  Vamos a notar su ausencia muchas personas: su familia, sus amigos. Que su alma y la de todos los fieles difuntos, por la gran Misericordia de Dios, descanse en paz.