III Domingo Ordinario
Al enterarse del arresto de Juan Bautista, Jesús se retiró a Galilea
Mt. 4, 12-23
El domingo pasado recordábamos el testimonio que ofreció san Juan, el Bautista. La liturgia da ahora un salto notable. Omite las tentaciones de Jesús (que se leerán el primer domingo de Cuaresma) y nos sitúa en un momento posterior, cuando Herodes, molesto por la predicación de san Juan, decide meterlo en la cárcel y lo que ocurre después lo escuchamos en el Evangelio de hoy.
Con el arresto de san Juan bautista, Jesús, “se retiró a Galilea”. Parece huir; que escándalo para los que estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase a Jesús igual que nos habla a nosotros, a través de los acontecimientos. Y el gran acontecimiento es un drama violento: el encarcelamiento y asesinato de san Juan Bautista.
Jesús al retirarse a Galilea, que desde un punto de vista histórico y psicológico parece una interpretación más adecuada y abre paso también a una visión más humana de Jesús, como si se tomase un tiempo de reflexión y decisión, (El discernimiento tan necesario hoy en la Iglesia), y ahí empieza a actuar en la región más olvidada, proponiendo al pie de la letra la predicación de san Juan Bautista, la necesidad de convertirse, pues sin una vida nueva y auténtico espíritu evangélico, sin fidelidad de la Iglesia a la propia vocación cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo.
Hasta aquí, tenemos la primera gran enseñanza: Jesús no empieza a actuar hasta que encarcelan a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en Él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. ¿Cuántos momentos dramáticos, violentos, injustos y dolorosos tenemos en nuestra vida? Ellos son signos para nosotros, son gritos, claros, crecientes, desafiantes y a veces amenazadores que nos exigen, como dice el Papa, ‘primerear’. (Cf. EG 24).
Jesús se retira a una región que carece de importancia dentro de la historia judía, (las periferias), incluso conocida con el despreciativo nombre de Galilea de los paganos. Dentro de Galilea, escoge Cafarnaúm, ciudad de pescadores, campesinos y comerciantes, lugar de paso, que le permite el contacto con gran variedad de gente y un fácil acceso a los pueblecitos cercanos.
Aquí vemos la segunda gran Enseñanza: Fiel al modelo de nuestro Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. (EG 23).
Recuerdo la expresión de un hermano obispo: el mejor servicio el hermano es la evangelización.
En la Biblia, la expresión ‘evangelizar’, anunciar la buena noticia, aparece por primera vez con el trasfondo del éxodo de Babilonia, estrechamente vinculado al tema de la consolación. El Señor dice: Consuelen, consuelen a mi pueblo; hablen al corazón de Jerusalén, grítenle, que se ha cumplido su servicio… ¡Súbete a un monte elevado, heraldo de Sion!; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas (Is 40,1-2.9). Cada uno de nosotros está llamado a ser mensajero/mensajera de bellas noticias. Podemos hacerlo a través de las redes sociales, con un mensaje de alegría y esperanza, pero estamos llamados a hacer algo más, a convertirnos en un mensaje que «hable al corazón», que aporte ánimo y consuelo. El Evangelio retoma las palabras del profeta Isaías: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Hoy el mundo está lleno de hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos, que sufren interiormente, sus almas están rotas, sus corazones desgarrados. Hay quienes nunca han visto la paz desde que nacieron, sino solo la guerra, el hambre, la miseria. La pandemia ha extendido el sufrimiento y el miedo, la angustia y la soledad. Al Igual que Jesús interpretó el Drama violento de la aprensión de Juan Bautista, como un detonante para hacer reflexión y tomar decisiones para para actuar, a así también nosotros debemos leer los signos de los tiempos y ‘salir’ para que otros puedan ver la Luz y vendar tiernamente las heridas del corazón, con la unción y el bálsamo espiritual.
Si acogemos el consuelo que nos viene de Dios a través de su Palabra, podemos a su vez consolar con las palabras y los sentimientos de Dios que se preocupa por cada uno de nosotros. El Papa Francisco nos dice que «el cuidado es una regla de oro de nuestra humanidad y trae consigo salud y esperanza (Cf. LS 70) […].
Deseo terminar esta reflexión repitiendo la Palabras del salmo de hoy: La Bondad del Señor espero ver esta misma vida. Ármate de valor y fortaleza y en el Señor Confía.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Arzobispo de Durango