Palabra Dominical

XXIII Domingo Ordinario

El que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo

Lc 14,25-33

El Evangelio de este domingo es muy duro. Para ser discípulo de Jesús, se exige posponer los amores más grandes (a la familia y a uno mismo), jugarse la fama y la vida, renunciar a todo. Es lógico pensar que Jesús, poniendo esas condiciones, se quedaría sin un solo seguidor. ¿Ocurrió así?

Para entender el Evangelio de hoy es importante distinguir entre estos dos grupos. El Evangelio de san Lucas habla a menudo de la gran muchedumbre que acude a escuchar a Jesús (5,1.19) y a ser curados (5,15); vienen de todas partes (6,17), lo acompaña a Naín (7,11), lo siguen a las zonas descampadas (9,14), lo siguen a miles (12,1). A estas personas les interesa lo que Jesús dice y hace, se benefician de su enseñanza y sus milagros. Pero nada más.

Existe otro grupo mucho más reducido, el de los discípulos. El término se aplica generalmente a los Doce; pero otras veces se habla de un gran número de discípulos (6,17; 19,37), y de este grupo más amplio escoge a setenta y dos para enviarlos de misión (10,1).

Hoy el pasaje que hemos escuchado comienza hablando de la gran cantidad de gente que sigue a Jesús sin ser discípulos suyos: En aquel tiempo caminaba con Jesús una gran muchedumbre. Es posible que por la mente de alguno de ellos pase la idea de entrar a formar parte del grupo de los discípulos. Jesús, adelantándose a cualquier petición en este sentido, se dirige a todos e indica tres condiciones.

1ª renuncia a lo más querido.  Jesús Habla de posponer el circulo afectivo más profundo la familia, la pareja los hijos e incluso a sí mismo.

2ª arriesgar la fama y la vida. Cargar la cruz cada día. Una imagen durísima. La muerte en cruz era considerada por los romanos la más cruel e ignominiosa, prevista para graves delitos contra el estado y la sociedad. Por consiguiente, cargar con la cruz cada día expresa la disposición de soportar la deshonra, el odio y desprecio de la sociedad, e incluso la muerte.

3ª renuncia a los bienes materiales. A la renuncia a los grandes afectos, al arriesgar la fama y la vida, Jesús añade la renuncia a los bienes materiales.

Estas tres condiciones bastarían para desanimar a gran parte del auditorio. Por si alguno no se ha enterado, Jesús propone dos comparaciones que invitan a no tomar decisiones precipitadas con respecto a su seguimiento.

¿Quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? …

Por consiguiente, antes de querer convertirte en discípulo del Señor, párate a pensarlo.

 

Pero ¿Es posible vivir así, es posible ser discípulo-misionero del Señor? En el libro de los Hechos, cuando se cuenta la expansión de la Iglesia, el término “discípulos” no designa ya a un grupo relativamente pequeño que acompaña a Jesús a todas partes sino a los cristianos de Damasco, Jerusalén, Jope, Antioquía, etc. ¿Se aplican a ellos las exigencias anteriores? ¿Son válidas, por tanto, para todos los cristianos actuales?

El caso que conocemos mejor es el de la tercera exigencia: la renuncia a los bienes materiales. Cuando Ananías y Safira, un matrimonio de Jerusalén, vendieron un campo, se quedaron con parte del dinero y pusieron el resto al servicio de la comunidad, pero fingiendo que lo entregaban todo. San Pedro les dice que no estaban obligados a entregar nada; lo malo era que intentaran engañar. Este ejemplo deja claro que, para formar parte de la comunidad cristiana, para ser discípulo, no había que renunciar a todos los bienes materiales. De hecho, en las comunidades fundadas por Pablo, lo que él aconsejaba era compartir los bienes con los necesitados.

Respondiendo a la pregunta inicial diremos que Jesús no se quedó sin discípulos. Al contrario, cuanto más difíciles eran las circunstancias, más eran los que querían seguirle. Como escribió Tertuliano, (un padre de la Iglesia que vivió entre los años 160-220): “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Lo que desanima hoy a seguir a Jesús a convertirse en discípulo-misionero no son sus grandes exigencias, sino la comodidad y vulgaridad de quienes decimos seguirlo.

Que el Evangelio de este domingo nos ayude a evaluar la autenticidad de nuestra fe. Que ninguno de los que nos llamamos cristianos seamos dobles e incoherentes, o peor aún, seamos un obstáculo para los demás.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Arzobispo de Durango

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