Palabra Dominical por el arzobispo Faustino Armendáriz

XXXIII Domingo Ordinario

¿Qué cuentas le puedes dar a Dios hoy?

Mt 25,14-30

 

La parábola del domingo pasado (las diez muchachas) animaba a ser inteligentes y previsores. La de hoy anima a la acción, a sacar partido de los dones recibidos de Dios. Jesús ha usado poco antes, en otra parábola, la imagen del señor y sus empleados. Ahora vuelve a hacerlo, pero usando el contexto de la cultura urbana y pre-capitalista. La riqueza del señor no consiste en tierras, cultivos y rebaños de vacas y ovejas. Consiste en millones contantes y sonantes, porque los famosos “talentos” no tienen nada que ver con la inteligencia. El talento era una cantidad de plata que variaba según los países, oscilando entre los 26 kg en Grecia, 27 en Egipto, 32 en Roma y 59 en Israel. Por consiguiente, los tres administradores reciben, aproximadamente, 300, 120 y 60 kg de plata.

Los dos primeros duplican esa cantidad negociando con el dinero que les han confiado. Pero la parábola se detiene en el tercero, que se molesta en buscar un sitio escondido, cava un hoyo, y entierra el talento. El lector actual, conocedor de tantos casos parecidos, se pregunta quién ha sido el más inteligente. ¿Es preferible colocar el capital en acciones arriesgadas o guardarlo en una caja fuerte? En cambio, el propietario de la parábola lo tiene claro: había que invertir el dinero y sacarle provecho, como hicieron los dos primeros empleados.

¿Por qué no ha hecho igual el tercero? Él mismo lo dice: porque conoce a su señor, le tiene miedo, y prefirió no correr riesgo. Y termina con un lacónico: “Aquí tienes lo tuyo”.

Sin embargo, el señor no comparte esa excusa ni esa actitud. Lo que ha movido al empleado no ha sido el miedo, sino la negligencia y la holgazanería. Le tienen sin cuidado su señor y sus intereses. Y toma una decisión que, actualmente, habría provocado manifestaciones y revueltas de todos los sindicatos: lo mete en la cárcel (“échenlo fuera, a las tinieblas”).

Los sindicatos llevarían razón, y conseguirían que readmitieran al empleado, incluso con un gran resarcimiento por daños y perjuicios. Pero el Señor de la parábola no depende de sindicatos ni tribunales del trabajo. Tiene pleno derecho a pedirnos cuentas a cada uno del tesoro que nos ha encomendado.

Como ocurría con el aceite en la parábola de las muchachas, los talentos se han prestado a múltiples interpretaciones: cualidades humanas, don de la fe, misión dentro de la iglesia, etc. Ninguna de ellas excluye a las otras. La parábola ofrece una ocasión espléndida para realizar un autoexamen: ¿qué he recibido de Dios, a todos los niveles, humano, religioso, familiar, profesional, eclesial? ¿Qué he hecho con ello? ¿Ha quedado escondido en un cajón? ¿Ha sido útil para los demás? Como se dice en el mismo evangelio de Mateo: ¿Ha resplandecido mi luz ante los hombres para que glorifiquen al Padre del cielo? ¿Pienso que será suficiente decirle: “Aquí tienes lo tuyo”?

La parábola, termina con unas palabras muy extrañas: “Al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.

El sentido de la frase resulta ahora más claro: “Al que produzca se le dará, y al que no produzca se le quitará lo que tiene”.

Así son las cosas. La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad; la vida madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión. (Cf. EG 10). De allí que hoy hablemos que el paradigma de la Iglesia sea la salida misionera, es decir: salir de la comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio, sin miedo, sin demoras, sin asco.

Para ser fieles al sueño de Jesús, para ser fieles al Reino de Dios, se requiere por tanto, la docilidad y la creatividad misionera, esto supone un contacto con los hogares, con la vida del pueblo, es un peligro perder este contacto con la realidad.

Ante los grandes retos que la situación actual nos presenta: ¡Salgamos! Salgamos a ofrecer a toda la vida de Jesucristo. Como ha dicho el santo padre el Papa Francisco: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Denles ustedes de comer! (Mc 6,37). (EG 49).

Hermanos y hermanas, no tengamos miedo de poner al servicio de los demás lo que Dios nos ha dado, no tengamos miedo a entregarnos como Jesús lo ha hecho, esta es la mística de la misión.

Jamás olvidemos que el Señor nos pedirá cuentas de lo hemos hecho o dejado de hacer. Porque Después de mucho tiempo regresó aquel hombre y llamo a cuentas a sus servidores.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Arzobispo de Durango

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