Bajo argumento de fraude, Trump podría ignorar el voto popular

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Por Gregorio Meraz

Los Angeles Times

Envuelto en una densa nube de tensión, división, confrontación y el efecto de la pandemia de coronavirus que avanza incontenible, infectando a casi 9 millones de personas y provocando 227.000 muertos, Estados Unidos se aproxima vertiginosamente a la elección presidencial del martes 3 de noviembre, calificada por expertos como “el momento más crítico y decisivo de su historia contemporánea”, que podría crear una crisis constitucional.

“No controlaremos la pandemia, porque es un virus contagioso, vamos a controlar el hecho de brindar vacunas y tratamientos”, dijo Mark Meadows, jefe de gabinete de Trump, en lo que se considera la capitulación de la Casa Blanca al esfuerzo de contener Covid19, el mismo que el presidente Donald Trump decía que “ya no se escucharía el 4 de noviembre, después de la elección” (porque señalaba que no era más que un engaño político) y que ahora contrajeron 5 asistentes del vicepresidente Mike Pence.

Pero la pandemia, la recesión que produjo, el desempleo y la amenaza de millones de desalojos, son solo parte de los múltiples ingredientes para que la elección, a la que se suma un diluvio de más de 60 millones de boletas electorales ya enviadas por el Servicio Postal, semi desmantelado por orden de Trump, así como acciones para intimidar a minorías y personas de bajos ingresos que votan por los Demócratas.

También se sabe que están en marcha las “Operaciones del día de la Elección” (EDO republicanas), que consisten en desplazar a sus militantes para “vigilar” los comicios, algunas ocasiones con apoyo de grupos armados, que intimidan a los votantes, además del inicio de juicios y demandas en todo el país, que podrían generar una “tormenta perfecta”, hundiendo al país en el caos, frustración, manifestaciones y hasta confrontación violenta.

El presidente Trump, experto en mentir, engañar, manipular todo a su favor, evitar el rendimiento de cuentas o supervisión, recorre Florida, Carolina del Norte, Pensilvania, Arizona y otros de los estados claves, que ganó en 2016 y donde ahora enfrenta una desventaja hasta de 16 puntos ante el Demócrata Joe Biden, en las últimas encuestas.

También el vicepresidente Pence, en violación de disposiciones sanitarias, por su contacto con al menos 5 asistentes positivos con Covid-19, también hace campaña.

Mientras más de 60 millones de estadounidenses que votaron ya por correo o en casillas de voto temprano, confían en el fin de la era de Trump cuando anuncien los resultados finales. Pero expertos en elecciones de las más grandes instituciones de investigación, temen que el narcisismo patológico de Trump, lo haga incapaz de aceptar la derrota, y que llegado el momento de jurar al nuevo presidente el 20 de enero, se cree un gran conflicto y confusión.

De acuerdo al periodista, escritor e investigador Barton Gellman, autor del reporte “La elección que podría romper América”, publicado por The Atlantic, los equipos de campaña de Trump, nacional, estatal y local, implementan ya maniobras pre y poselectorales, a fin de neutralizar el voto popular en los estados clave, explotando ambigüedades e imprecisiones de la Constitución, con el propósito de extender la disputa hasta el día de la Inauguración del presidente triunfante.

En el amplio reporte, Gellman advierte que ni el Congreso, ni expertos o académicos, están preparados para enfrentar una situación, en la que la maquinaria de la democracia se utilice para impedir la implementación del resultado de la elección.

Además de la purga de padrones electorales, cambios de casilla de última hora, reglas estrictas para votos provisionales, exigencia de identificación, prohibición de entrega de cajas de boletas, reducción de elegibilidad para votar por correo o plazos de matasellos postal para votos válidos, 26 gobiernos estatales en manos de republicanos iniciaron acciones legales para la denuncia de supuestos fraudes que, se ha confirmado, no son posibles.

“La única forma en que puedo ser derrotado, es en una elección fraudulenta”, dijo Trump en su discurso de aceptación de la candidatura republicana, en la Casa Blanca.

 

Trump ha invitado a sus seguidores a votar en persona, con la aparente intención de que esos resultados sean anunciados al inicio del conteo, creando la falsa impresión de que Trump va a la cabeza, en una tendencia que iría reduciéndose a medida que se cuenten los votos en ausencia, enviados por correo por el 70% de demócratas.

Algunos republicanos tratarán de evitarlo, para impedir una humillante derrota de Trump, argumentando violaciones o irregularidades, que podrían llevar a suprimir el voto de afroamericanos, latinos y de jóvenes por los demócratas, deteniéndolos, interrogándolos, pidiendo identificaciones y hasta suspendiendo la votación, con la justificación de investigar “irregularidades”, con el posible apoyo de fuerzas policiacas federales.

Expertos temen que Trump llegue a usar su autoridad, con apoyo de los Departamentos de Justicia, Defensa, Seguridad Interna y el control republicano en el Senado, para declarar una “emergencia”, hasta desplazar agentes y tropas federales al amparo de la Ley de Insurrección de 1807, para “restablecer el orden” y tomar la custodia de boletas no contadas, cerrando calles adyacentes a las casillas electorales.

Y citan como en 2016, tras la certificación de su triunfo, que no aceptó que perdió el voto popular, por 2.868,692 sufragios, inventando que “más de 3 millones de indocumentados votaron ilegalmente por Hillary Clinton”.

Aseguran que Donald Trump, gane o pierda, nunca reconocerá su derrota, como ha anticipado y hará cuanto esté a su alcance para mantenerse en el poder y obstruir la histórica y tradicional transferencia pacífica del poder, que ha tenido lugar durante casi de dos siglos y medio de existencia del país.

En caso de ser derrotado, Trump, debería reconocer el triunfo de Biden, avalado con más de 270 votos de los 538 integrantes del Colegio Electoral y luego la certificación del Congreso, sin rehusarse a abandonar la Casa Blanca al término de su gestión, el mediodía del 20 de enero de 2021, como establece la Enmienda 20 de la Constitución.

Eso evitaría que los dos contendientes, -uno en ejercicio del poder y otro triunfador de la elección, certificado por el Congreso-, se presenten a tomar posesión el 20 de enero.

Tras la elección, el 8 de diciembre es el límite para elegir a los 538 integrantes del Colegio Electoral que deben reunirse seis días más adelante, el primer lunes después del segundo miércoles de diciembre, el día 14, para ser certificados por el Congreso y los gobernadores de cada estado que tienen tanto delegados como congresistas y senadores, para votar por el próximo presidente.

Tradicionalmente, los electores han sido nombrados de acuerdo con el candidato que obtuvo la mayoría del voto popular, aunque nada en la Constitución lo establece así.

El Articulo II dice que “cada legislatura debe nombrarlos como considere”, lo que Trump analizó hace tiempo y podría cambiar, con el apoyo de 26 gobernadores republicanos, algunos en los estados cruciales, con lo que podría obtener la victoria.

En su reporte, Gellman indica que el comité de campaña de Trump “discute planes de contingencia” para “evitar el resultado de la elección y designar directamente a electores leales al presidente” en todos los estados en que los republicanos tienen mayoría legislativa, con base a la anticipada denuncia del actual mandatario sobre supuestos fraudes, argumentando que “deben proteger lo que consideran la voluntad popular”.

“Es increíble que el presidente Trump y su comité de campaña sean satanizados por mantener el imperio de la ley y pelear justamente por una elección justa y transparente”, según Thea McDonald, vocera de Trump, quien confirmó que se explora esa opción, que con seguridad sería vista como un golpe de Estado por el 60% de los electores de Estados Unidos, que ya han acudido a las urnas a un ritmo nunca visto en la historia y que tomarían las calles para manifestarse en contra.

Lawrence Tabas, presidente del comité republicano de Pensilvania, con otros líderes, planteó ya ese escenario al presidente Trump, como “una opción legal de la Constitución”.

 

Estados como Arizona y Florida tienen gobernadores y legislaturas estatales republicanas, pero la secretaria de Estado, que tiene que ver con las elecciones, es Demócrata.

Otros de los estados importantes, como Michigan, Carolina del Norte, Pensilvania y Wisconsin, tienen gobernadores Demócratas que no certificarían a los integrantes del Colegio Electoral designados por republicanos, sino que respetarían el voto popular, si ganara Biden.

El 6 de enero, el Congreso recibe las urnas con los votos de cada estado. Las abre, cuenta y certifica en una sesión conjunta de las dos Cámaras, encabezada por el vicepresidente Mike Pence, presidente Pro-Tempore del Senado.

La Enmienda 12 de la Constitución concede al vicepresidente el poder unilateral de anunciar su propia reelección y un segundo término de Trump, a lo que los demócratas podrían reaccionar pidiendo un árbitro, o ganando el control del Senado, de lo contrario, no habría una solución.

Si Pensilvania envía los votos de sus delegados al Colegio Electoral, certificados por el gobernador y esos son vitales para decidir el triunfador de la presidencia, el Congreso debe certificarlo, a menos que las dos Cámaras se opongan, lo que se esperaría de la Cámara Baja, en poder de los Demócratas.

Entonces Biden ganaría Pensilvania y la presidencia.

Pence, podría descalificar a los electores de Pensilvania, dejando el Colegio Electoral con solo 518 votos, si Biden tiene más votos de ellos, también puede reclamar la presidencia.

De acuerdo a expertos Constitucionalistas, si los republicanos argumentan que debe haber mayoría de los electores, entonces se vota en la Cámara Baja, con un voto por estado; como 26 de los 50 estados son gobernados por republicanos, la victoria sería para Trump, aunque hay otros procedimientos más confusos y complejos, en los que Nancy Pelosi en su calidad de presidenta de la Cámara Baja podría estancar el proceso que, de seguir sin resultado, permitiría a Pelosi jurar como presidenta interina el 20 de enero, a menos que Pence revirtiera sus acciones y aceptara la victoria de Joseph Biden.

Un escenario nunca visto en la historia de Estados Unidos y propiciado por el presidente más ignorante, menos confiable y más abusivo, de este país.