Ideario

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Por Azu Macías

La malquerida y el mal amor… Y así mientras tarareo el coro de mi querida Natalia: “Ay qué dolor, qué dolor que le da en el alma, porque no la miran, le llaman la malquerida”, comencé a pensar en el semblante de mi consultante a sus 52 años echando la pregunta al aire: ¿Por qué me aguante tanto? O el de esta otra a sus 17, embarazada  y llorando porque no la deja salir su novio, ya no se arregla y dejó de estudiar, pero no se siente feliz, o el de Soledad que a sus 38 se separa por segunda ocasión, o el de Concepción que a sus 30 se recuerda tirada en el piso de su casa, llorando el divorcio con el hombre que la abandonó. Todas unidas por el mal amor, todas cantando al mismo son de esta canción.

¿A qué edad entonces duele menos el mal amor? Ciertamente no lo sé, pero sí sé que si el desamor se siente como una caída libre y al principio quedamos en el suelo echas trizas, recogiendo los pedazos uno a uno para tratar de acomodarlos, con el tiempo se aprende a ponerse un arnés o construirse un paracaídas. Aún así, el final duele aunque el trayecto no haya sido del todo bueno, porque sentirse malquerida es una creencia que de no sanar se va incrustando fuerte en el pecho.

Duele el mal amor: el no correspondido, el que cansa, el que se aprovecha, el que asfixia, el indiferente, el infiel, el violento, el descalificador, el irresponsable, el alcohólico, el mentiroso, el manipulador, el poco trabajador, todos duelen.

Pero no dependen solo de cómo nos tocó el otro sino también: de nuestras expectativas desmesuradas, de nuestra intención de que “el otro nos haga felices”, de nuestra dificultad para poner límites entregando todo sin reserva o sin pedir nada, de la necesidad de atención extrema, de nuestras inseguridades, de nuestro amor propio, de… ¿De dónde viene el mal amor? Buena pregunta.

Una vía es examinar: “¿Cómo amó tu madre? ¿Le has preguntado si se sintió amada? ¿Cómo amaron y fueron amadas nuestras abuelas? ¿Cómo te sentiste amada de niña por papá y mamá?”, es que ahí se conoce el amor. Y de repente ahí están, los dolores, las historias desde hace generaciones, repitiéndose en ellas, en ti y en mí y en muchas más mujeres y hombres repitiendo las mismas formas de amar. Sana, me dice el corazón: sana junto con esas mujeres dejando de lamer las heridas porque lamerlas las infecta. Sana: limpiando la herida, con cuidado y amor, para que poco a poco sepas que esas mujeres de tu clan se sentirán liberadas y por eso dan permiso para vivir una pareja de forma equilibrada y nutrida, dejar de repetir y construir la experiencia de ser bien amada.