Ideario

Por Azu Macías

La trampa de la rigidez… “No crezcas, es una trampa”, me encontré con esta frase en repetidas ocasiones el día que se festejó a la niñez, entre fotos de la infancia que muchos de mis conocidos se animaron a compartir y otros mensajes de felicitación a los pequeños que alegran los corazones y hogares. Todo esto mientras hablaba con el contador para dejar arreglado el pago de mis impuestos anuales y me sentía aliviada de tener ese trámite concluido, pues Hacienda es una de esas instituciones con las que deseas tener una buena relación en la vida adulta.

Regresé a la frase y me quedé pensando ¿por qué ser adulto debía ser una trampa y para qué preparábamos a nuestros hijos con semejante mensaje?  Luego vi anunciada la conferencia vespertina donde se responderían preguntas a los niños sobre la situación sanitaria y me preparé para verla segura de que encontraría (como siempre, vale señalar) con la espontaneidad y la sabiduría de los niños. Entonces comencé a pensar que crecer no es el problema, pero el mensaje de que crecer es una trampa, sí lo es.

Me explico: conforme vamos avanzando en años creemos que “madurar” está relacionado con dejar de ver en el mundo “nimiedades” como pisar el pasto, preguntarnos por qué las cosas se llaman así y quién les puso ese nombre, y decirle a las personas que queremos ser como ellas, con ser correctos y bien educados, con hacer preguntas espontáneas sobre lo que nos preocupa y consideramos importante, no sea que alguien más no lo vea así, con tener la respuesta adecuada y medir el grado de nuestro éxito conforme los títulos que adquirimos sean de conocimiento o de propiedad. Aprendimos con el paso del tiempo que queremos que se tomen en serio nuestras desgracias.

Nos convertimos en personas grandes y según el libro de “El Principito”, las personas grandes siempre necesitamos explicaciones, parecemos no entender muchas cosas de la vida aunque tengamos respuestas para casi todo. Ese pequeño personaje nos habla de lo que nos importa gobernar, poseer, beber, que habemos quienes por seguir una instrucción que alguien más nos dio nos perdemos de nuestra propia vida. En fin, me dejó pensando que probablemente este tiempo sea la oportunidad para reconectarnos con nuestro interior, ese que los niños tienen muy presente y que hace que sus comentarios y su forma de ver el mundo sea tan mágico.

No digamos más a nuestros hijos que crecer es una trampa, qué tal que vamos construyendo nuevas formas de apreciar la vida y sus matices, de ir sanando lo nuestro para que no invitemos a nuestros hijos a tener los mismos destinos, porque ¿quién dice que no pueden ver la vida de forma diferente? Y mejor aún ¿quién dice que nosotros no podemos hacerlo ahora mismo? La rigidez de hacer y ver las cosas es la verdadera trampa, hacer siempre lo mismo, pensar siempre lo mismo, dejar de ser espontáneos para acomodarnos, ajustarnos es la verdadera trampa. Posiblemente la flexibilidad sea el camino, uno que podemos ir reaprendiendo con los niños.

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