Por Úrsulo Hernández
Siempre resulta interesante cuestionarse acerca del propósito del arte, sobre todo en eventos de esta naturaleza en los que tiene lugar la presentación de una nueva obra creativa. Esto es así porque la andanada de pensamientos que viene a nuestra mente puede aproximarnos a la certeza de que hemos elegido el rumbo correcto para nuestras andanzas.
Aunque todos estamos expuestos a los rigores del cambio de las estaciones, algunos seres nacen desprovistos de una piel lo suficientemente resistente por lo que se ven obligados a forjarse una versión propia de la realidad que los proteja de las inclemencias del tiempo, algo así como una clase especial de indumentaria o un sitio para guarecerse de los cambios en el clima. Éste, pudo haber sido el punto de partida del razonamiento que llevó a Nietzsche a escribir: “Tenemos arte para no morir de la verdad”.
De eso se trata siempre, de sobrevivir, porque éste es el instinto más elemental que llevamos en nuestro código genético, de aquí que podamos deducir la siguiente hoja de ruta de Reyna Valenzuela Contreras: Imaginemos a una adolescente de gran sensibilidad que mientras va madurando prueba a fondo las posibilidades del lenguaje hablado, pero que se siente limitada con esa forma de comunicación y encuentra en la música un vehículo mejor para expresarse. Como consecuencia, aprende a cantar, haciendo así su entrada al mundo del arte.
Luego de algún tiempo, y posiblemente porque posee una fuerte individualidad, descubre que las canciones disponibles no le bastan para expresarse a cabalidad y entonces se atreve a hacerse un traje a la medida, a inventar sus propias canciones y allí se detiene por un tiempo, porque siente que ha llegado a su nicho, que ha logrado comunicarse con éxito.
Pero la vida no se detiene, va cambiando a las personas, las acaricia, las hiere, las hace madurar, y eventualmente, las lleva a abandonar el camino que siguen porque éste pierde su atractivo. Así que cuando Reyna percibe la dicotomía que se esconde en el canto decide decantarse por la literatura y aprender seriamente el manejo de la palabra, como si quisiera cantar a capela, o regresar a la palabra en una especie de movimiento pendular.
Como resultado de esa decisión hoy nos presenta sus primeros frutos en el libro Véngase a festejar y otros relatos, un texto lleno de remembranzas que incluye lugares y personajes que seguramente son parte de su historia personal. En este punto de inflexión la acompañamos complacidos de que nos haya invitado a comentar el texto de su autoría en el que lo primero que descubrimos es la forma en que la impactado su lugar de nacimiento puesto que el agua se convierte en una constante en la mayoría de sus narraciones.
Así que no es de sorprender que la escritora utilice el agua como telón de fondo para ubicar los sucesos de sus relatos, ya sea como lluvia, como playa, como lugar donde se pesca, como lugar donde se muere o como lugar en el que se sueña.
Para nosotros los serranos, -recuerdo- la lluvia era algo que cambiaba completamente el paisaje, una especie de permiso de supervivencia, una promesa de que podríamos llegar a la vuelta del año. Aprendimos por eso a verla como un signo de esperanza.
Pero la lluvia también se parece a las lágrimas y puede provocar muchos inconvenientes. A nosotros nos hizo cambiar nuestro lugar de residencia a un sitio más alto cuando se inundaron nuestras casas que habíamos construido en las orillas de un arroyo; también nos tocó batallar con las trocas que se atascaban porque el camino se había descompuesto con la lluvia; y en algunas ocasiones tuvimos que esperar a que bajara la creciente para pasar el río.
Hubo años que llovió demasiado, otros en que faltaba el agua o en los que llovía fuera de tiempo, también supimos de personas a las que había matado el rayo. De modo que entendemos fácilmente que Reyna haya elegido referirse a la lluvia como, Yo le llamo miedo, en su primer relato.
Otra de las narraciones que me trae reminiscencias es De pesca en la que menciona el amole con el que se blanquean las servilletas, un tipo de sucedáneo del jabón que se utilizaba en el rancho para lavar la ropa que merecía un especial cuidado. Pero lo que más me conmovió fue el cierre de ese relato porque me hizo recordar otros poemas escritos para manos femeninas. Cito enseguida el texto de Reyna Valenzuela Contreras en el que trashuma nostalgia por la abuela. “Sus manos, ésas que besé cuando partió a pescar más allá de su presa, ésas por las que aprendí a atrapar mis sueños.”
Pero la autora de Véngase a festejar va más allá de lo anecdótico y hace también sus aportaciones a la crítica social, sus relatos se van desgranando poco a poco como pétalos cayendo en el pasillo de la iglesia en lugar de semillas en el surco, mientras los feligreses distraídos por la música del órgano o el sermón no advierten que en ocasiones hay pétalos de un rojo tan intenso que parecen no haberse desprendido de la flor, sino que son gotas de sangre que caen de las heridas de un san Sebastián que ha sido martirizado por las flechas, herido por la indiferencia de las élites o castigado por la burocracia anquilosada e inútil.
Pero ¿cuáles son aquellos sucesos de la vida social que inconforman a la escritora? Entre otros las fosas clandestinas, los Cuarenta y Tres, las caravanas de migrantes, la obesidad producida por la comida chatarra, el trato a la mujer que sigue siendo discriminada desde su familia de origen hasta su familia de destino y en las instituciones públicas de salud. Y ese trato injusto, así lo escribe Reyna, lo recibe la mujer tanto de parte de los hombres como de las mujeres. En este apartado se incluyen los relatos La pruebita, Véngase a festejar y, Yo no quiero despertar.
Por cierto, este último me parece muy notable pues en él se alude a dos tópicos que se asocian habitualmente con la literatura: la posibilidad de trascender y el poder de la palabra para cambiar el mundo, ambas cuestiones bastante peliagudas y difíciles de conseguir.
Pero el ser humano está sobre la tierra precisamente para emprender aquellas cosas que parecen imposibles, y cada quien, en su momento, está obligado a mostrar sus cartas, a dar la cara con lo que tiene. En este punto me atrevo a asegurar que Reyna está en el rumbo correcto porque se ha propuesto aprender seriamente el oficio literario acercándose a la gente adecuada, creo que va a tener éxito. Ojalá logre hacer suyas las palabras de Netzahualcóyotl:
“¿Con qué he de irme?, ¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra?, ¿Cómo ha de actuar mi corazón?, ¿Acaso en vano vinimos a vivir, a brotar sobre la tierra? ¡Dejemos al menos flores!, ¡dejemos al menos cantos!”.