En Tamaulipas madres hallan fosa con 500 cadáveres

AGENCIAS

TAMAULIPAS

En 2014, la señora María Isela Valdez y su hijo Roberto Quiroga-Flores Valdez, de 28 años, se asociaron en un negocio: un pequeño restaurante en el que el joven fungía como chef, y su mamá como ayudante en la cocina.

“Mi hijo tiene una licenciatura en gastronomía –narra María Isela–, y nuestro negocio estaba a una cuadra de las oficinas de la Policía Ministerial y de los juzgados (en Reynosa, Tamaulipas), así que nosotros les vendíamos de comer a jueces, a secretarias y a policías”.

No era un negocio con el que estuvieran haciéndose ricos, recuerda, pero les permitió vivir dignamente, un corto tiempo.

“Al poco rato llegó el crimen organizado, el Cártel del Golfo –continúa–, y empezó a pedir ‘cuota’ a todos los negocios que había en Reynosa, incluido nuestro restaurante: nosotros teníamos que pagar 30 mil pesos al mes, o sea, mil pesos diarios, por concepto de ‘seguridad’”.

Además, destaca, el crimen organizado les cobraba 5 mil pesos extra al mes, por estar conectados a la red de la Comisión Federal de Electricidad, por lo que, en total, la extorsión ascendía a 35 mil pesos mensuales.

“Al principio nosotros pagamos, para que no nos fueran a hacer daño –asegura María Isela–, pero cuando las personas tienen miedo, se paralizan: ya no puedes trabajar, ya no puedes dormir, ya no descansas… ya no vas a tu trabajo con la alegría con la que solías hacerlo, así que decidimos cerrar el negocio, porque yo no quería que ellos me siguieran quitando el producto de mi trabajo, y mi hijo ya estaba muy desgastado, muy asustado”.

Con la decisión de cerrar su restaurante perdían no sólo su fuente de empleo, sino también su patrimonio pero, aún así, señala María Isela, ella y su hijo pensaron que con ese sacrificio romperían la cadena de extorsión al que los mantenía sometidos el Cártel del Golfo. No fue así.

Semanas después, “yo estaba fuera con mi hijo –narra María Isela–, era el 10 de marzo de 2014, y mi nuera nos llama, para decirnos que necesitaba pañales y leche, porque acababan de tener un bebito, su segundo hijo… Nosotros primero fuimos por los pañales y la leche, y luego para la casa, y cuando llegamos, ya estaban ahí varios autos: un Corvette rojo, con placas mexicanas, una camioneta Tahoe negra, y varias camionetas más, todos con gente armada, y encapuchada”.

Ese grupo de personas armadas obligó a madre e hijo a abordar los vehículos en los que se transportaban, y se los llevaron consigo.

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