Fotorreporteros… El conteo de las horas

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Por Juan Nava Stenner

Director de La Voz de Durango

¿Y si mueres?… ¿y si morimos y nunca alcancé a decirte que te quiero?… Qué rápido pasó este año, ya es octubre y sin darnos cuenta, de nuestra vida se perdieron meses valiosos. La vida es oro, ¡el tiempo también!, y parece que ahora es lo que menos tenemos…

Se fueron como un suspiro… Esos días, no volverán. ¿Es el Apocalipsis?, para muchas vidas lo fue ya, para otras es un percance de terror, morir asfixiado, en soledad, abandonado, ahí o en un rincón de un lúgubre hospital, sin ayuda.  “Te repito que no hay cura, si te infectas entrarás solo al hospital, no podremos verte, no hay cura, tampoco medicinas, nada que te permita respirar, ni médicos ni aparatos… no”.

En este escenario de incertidumbre, contagio y muerte, los periódicos se mueren también, escasean las ventas, los tirajes se han derrumbado, la lectura es tediosa y no va con los tiempos, las redacciones de los diarios, bulliciosas como eran, el tecleo de las máquinas y fax, luego computadoras y cámaras digitales se extinguen, los buenos reporteros han quedado en la historia, sus anécdotas, historias, relatos se pierden poco a poco, los fotorreporteros envejecen y se retiran. Las redacciones, las salas de rotativas se quedan solas, poco a poco se van quedando en silencio, el último que salga que apague la luz. Se acabó.

Cientos de escritores, reporteros, editores, fotógrafos, prensistas se van a la calle en todo el mundo. No habrá un retorno del Fénix. La vida avanza avasallante y lo consume todo. La prisa, la impaciencia, la intolerancia, el planeta se hace chiquito, al momento nos comunicamos, nos escribimos, nos enviamos imágenes, pero el contacto humano es menor, la interacción se olvida, la fraternidad igual. Se pierden historias de amor, costumbres que nos dieron identidad, creencias y esperanzas que nos hicieron seres humanos.

En los periódicos, todo es sincronía en tiempos y movimientos. Un retraso es costoso, se pierde dinero y ventas, perder una nota importante es desplazamiento, lograrla es un orgullo para el reportero, ocupar la de “8” o nota principal, es status. No cualquiera pisa la primera plana reservada casi siempre para temas sociales, económicos o políticos de interés. Pero, en ese correr de las noticias, la formación, la edición, la personalidad de los periódicos y su vitalidad, los fotorreporteros son los que marcan diferencia. La fotografía es lo primero que llama la atención en una portada, lo que atrae las miradas, lo que vende, lo que da felicidad al director y al jefe de redacción, al contador que registra entradas y salidas, marca la diferencia entre un periódico y otro. Trabajar con material visual atractivo, noticioso, humano, inverosímil es el éxito asegurado. El fotorreportero es una pieza vital en un diario, si no se tiene un buen fotorreportero, no se hace prensa, no se vende, se opaca y desaparece la cabeza. Un buen reportero y un fotorreportero son pareja histórica desde los inicios del periodismo. Sin ellos nunca hubieran logrado sobresalir publicaciones de talla mundial como Life, National Geographic, Le Monde, El País, La Vanguardia, Bild Zeitung, The Mirror. Sin los periódicos, no hubiéramos conocido a Robert Capa, ni a Cartier Bresson, o Juan Rulfo o Ara Guler, ni la fotografía noticiosa de guerras o de temas callejeros hubiera tomado tal relevancia. Sin la impresión de periódicos, revistas y libros, nunca hubiera brillado Sebastiao Salgado.

Una generación de fotoperiodistas brillante, exitosa, está desapareciendo junto a los periódicos. La simbiosis de la palabra impresa, texto-imagen acaba, termina, fenece.

Sucede en todo el mundo y más sucede en países pobres de Latinoamérica, como México.

Desde el inicio del siglo XX y hasta recientemente, los fotorreporteros narraron en Durango y el país, hechos con imágenes sobresalientes. La revolución, las guerras mundiales, los movimientos sociales, la ciencia y la tecnología, la música y los deportes, las costumbres, la gente, la política, cuántas historias cargadas de humanidad en nuestro terruño y fuera, testigos a base de sales de plata y celulosa y recientemente con materiales digitales, héroes casi siempre inadvertidos porque esa es la misión del fotorreportero, aparecer sin llamar la atención, convivir con sus semejantes, vivir sus historias junto a ellos y contárselo a los lectores buenos o malos, cultos o ignorantes, que miraban fotografías con contenidos totales para los que sobraba alguna descripción.

En Durango, los buenos lectores siempre han sido pocos. La alfabetización ha ayudado a los diarios a vender, pero solo quienes han tenido el hábito lo hacen, incluso quienes leen no siempre comprenden. Es la fotografía la que abarca todos los estratos sociales y todos los niveles de la educación, una imagen que conmueve o afecta el ser “dice más que mil palabras”. En Durango, los diarios siempre han integrado su redacción con niveles de todo tipo de gente, reporteros intrascendentes hasta los muy brillantes y lo mismo con los fotorreporteros, quienes siempre han cargado con el peso de tener que ilustrar las páginas informativas.

Enfrentarse a un jefe de redacción que tradicionalmente mutilaba las fotos o que a regañadientes publicaba, fue un desaliento porque no todos los editores tuvieron educación gráfica ni noticiosa. Tenía que ser noticia dura, mortuoria, escandalosa. El arte y la calidad sobraban, no eran bienvenidas, pero sí necesarias.

Fotorreporteros locales que marcaron su tiempo, cuya imagen se desvanece poco a poco en los distintos episodios olvidados de la historia poco compartida.

Hay muchos que por supuesto en lo personal honro y reconozco, otros que hicieron historia en La Voz de Durango como Gerónimo Torres Tinoco o Joaquín Barraza, como lo fueron en El Sol: Fernando padre e hijo, Rafael y Roberto Gaytán, o el gran amigo Jesús Alvarado Haro en El Diario. Fue una época brillante para el fotorreporterismo en Durango. Tuve la suerte de conocerlos, tratarlos. Ellos dieron cabida a la generación de la que hoy publico este especial. Sin olvidar desde luego a Salvador Araujo Contreras (Saarac) y Fernando Ardila, fotorreporteros de época en La Voz de Durango también. O cómo olvidar a los hermanos Arzac Washington, Ricardo y Ulpiano que publicaron por vez primera en La Voz de Durango y a todo color una historia de aventura en: “Viaje en balsa por el río Mezquital) hacia 1973.

Yo he sido fotógrafo siempre, y en otras ciudades les llama la atención que un fotógrafo dirija un periódico. Y sobre todo, un periódico como La Voz, con alma, con sentimientos, con historias, unas presentes y otras arrumbadas en los viejos anaqueles, polvosos y olvidados.

Convoqué a los fotorreporteros más históricos, o al menos de la historia reciente. Revisé su trabajo, sus nombres, sus vidas, y como testigos de nuestras alegrías y tristezas como sociedad, de nuestro devenir dentro de una durangueñeidad que parece también morirse, y es que les pedí hicieran un trabajo sobre su labor, el paso de las horas, el conteo de los días y el resultado, es este ejemplar dedicado a todos ellos, conjugando su historia con la historia de este periódico.

Ellos son: Antonio Meraz Mejorado, portador de un gen periodístico natural por su madre doña Teresa y sus hermanos Fernando y Gregorio; Eliezer Name Zapata, con un ojo fotográfico desarrollado en el deambular de las calles; Octavio Zaldívar Ávila, académico del tema; José Juan Torres Quintanar (hijo de don Gerónimo); Didier Bracho Ruíz, hijo de quien fuera subdirector de La Voz, el gran Didier Bracho Soto, maestro y amigo, periodista limpio. Jorge Valenzuela Favela, nieto de la mejor fotógrafa y fotorreportera de la historia local, Lupita Valenzuela, cuyo deambular es notorio y deja huella; Alfonso Gaitán Soto que labró su camino con tenacidad y perseverancia; Omar Jáuregui Ramos (hijo del fundador de Durango Nuevo y amigo de Sergio Jáuregui Vargas); José Roberto Majul, fotógrafo de calle y observador de consecuencias, retratista. Y diarista hoy, Juan José Nava Vila, quien hereda sobre sus hombros una tonelada de historia de este periódico. Un último invitado, Eduardo Gutiérrez, anexado al grupo porque su trabajo es realmente interesante. Son quienes le llevan el conteo de esos días, de los terribles días de la pandemia, que nos ha despojado de tiempo, calidad de vida y de seres queridos. Es por su historia que les invité a este especial que hoy tiene usted en sus manos lector, siempre con el respeto al honor de su atención, hemos hecho nuestro mejor esfuerzo para concretar esta obra, la hemos colmado de durangueñeidad y de amor por nuestra tierra, de aprecio por nuestros valores y en honra a los seres que nos antecedieron y heredaron su prestigio en el quehacer periodístico. Lo hacemos hoy con ellos, conmigo, con La Voz de Durango, antes que el destino y el inexorable paso del tiempo cobre el precio de nuestra humanidad.

Esperamos quedar a la altura.